Escribo para no olvidar

Comenzó de repente:
-Cuando yo era joven, tenía mucho miedo de la vida. Tenía miedo de casarme, tenía miedo de sufrir, de tener hijos y que ellos sufrieran, de que se murieran las personas que más amara... y cuando crecí me pasó de todo. Pero ahora que estoy vieja, no me siento mal, al contrario, soy feliz-.Aquella declaración inusitada me desconcertó, fue una revelación que no esperaba recibir. Pero la mujer, sonriente, continuó:
-Tuve una hija que murió joven-,dijo. Mi mente proyectó la imagen del retrato deslavado de una niña de mirada penetrante, decoración omnipresente de la pared blanca del pasillo que siempre vigilaba.
-Cuando tenía 7 años le detectaron un tumor en el cerebro. Pero no murió de eso- se apresuró a aclarar. Observé con interés su arrugado rostro, y prosiguió:
-Sentí que el mundo se me venía encima cuando me enteré, pero no lo permití. Mi esposo y yo la llevamos a Houston, y una doctora nos dijo: "aquí tenemos tratamientos nuevos, no puede perder la fe, porque su hija los necesita". Y mi hija se curó, después de muchos esfuerzos y sufrimientos. ¿Sabes? ella tenía muchas ganas de vivir, los médicos nos lo decían y yo misma lo comprobaba cada día-. Confundido, no supe qué decir o hacer, pero no fue necesario:
-Mi hija murió varios años después, cuando tenía 24 años. Era un espíritu vital, siempre contagiaba su alegría. Desde que se recuperó del cáncer, fue una muchachita débil, y padecía muchas enfermedades. Se la vivía entre médicos, y yo me decía "¿cómo puede ser que mi hija tenga tanta fuerza para salir adelante?, yo en su lugar me hubiera derrumbado hace mucho". Dos días antes de fallecer, estaba de viaje en la Rivera Maya con su novio. Ella era así, fuerte, y trataba de llevar una vida normal. Al final su corazón falló-.
-Vaya, lo siento mucho- balbuceé. 
-No te preocupes- me dijo.
 -¿Haz visto el retrato de una muchacha, en la pared de la sala? Es mi hija-.
 -Oh, sí, lo he visto-, respondí. Entonces recordé el lienzo, deslavado igualmente, en la sala. Jamás lo contemplé como la hija de aquella mujer, pero al reflexionar, la encontré muy parecida a su madre.
-Antes de que mi hija muriera, mi esposo enfermó también, y quedó en silla de ruedas. Cuando mi niña falleció, seguí cuidando a mi marido, y así pasé 30 años de mi vida cuidando enfermos. Pero yo amaba a ambos, y nada me importó. Se murió mi hija, se enfermó mi esposo, cuidé de mis demás hijos, y después también se fue mi marido. Me pasó todo lo que más temía cuando era joven-. 
Pronunció las últimas palabras lentamente, y su voz terminó en un susurro. Observé sus ojos y percibí en mí un sentimiento indefinido, pero sin duda estaba recibiendo una imagen distinta de la mujer con la que había compartido casa durante cuatro meses, la misma a la que consideraba una viejita excéntrica y altiva.
-Pero, ahora que soy vieja, me siento bien, ¿y sabes por qué? porque cuando la vida me puso frente a mí a todos y cada uno de mis miedos, no huí de ellos, como pensaba, sino que los enfrenté. ¿Y sabes otra cosa? -continuó,- que al final de cada una de las pruebas que tuve, pude conocer a Dios. Y lo pude conocer, porque antes me conocí a mí misma. Te voy a decir una cosa: Para conocer a Dios, tienes que aprender a conocerte. Y para conocerte, tienes que conocer a tu yo bueno y a tu yo malo-.
-¿Sí?- monosilabé.
-Tienes que saber utilizar a tu yo malo para enfrentarte a los problemas y retos difíciles que te encuentres, porque la vida es cruel. Utiliza a tu yo malo, no para hacer el mal, sino para aprovechar el coraje y la fuerza que tiene, la valentía y la mente fría para enfrentarte a los peores momentos de tu vida. Pero ten cuidado: no dejes que tu yo malo te absorba, porque puedes perderte a ti mismo. Utiliza a tu yo bueno para amar a su familia, a tu pareja y al mundo, para valorar los atardeceres y tener sensibilidad. Y cuando te conozcas completamente, estarás preparado para decirle adiós a tu yo malo, y entonces, en ese momento, conocerás a Dios. Porque habrás afrontado todo lo que la vida te dio, tristezas y alegrías, y en el camino, te encontrarás contigo mismo, y serás feliz-.
Así concluyó aquella conversación, y la imagen de la viejita excéntrica y altiva desapareció de mi ser. Ahora sólo profería un sentimiento hacia aquella anciana: admiración.
     Y una página más se escribió en mi libreta, en el apartado "aprendizajes".

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