Calle Ignacio Mejía: peligro latente

La noche del 20 y la madrugada del 21 de septiembre del 2012, los vecinos de las calles Manuel M. Diéguez, Ignacio Mejía, Municipio Libre y Calzada Madero y Carranza despertaron súbitamente. Todos pensaron que la tierra temblaba cuando vieron que amplias grietas se abrían en el suelo y cuarteaban las paredes y el techo de sus viviendas, en una línea zigzagueante que se extendió más de 800 metros, atravesando casas, banquetas, cocheras y vialidades. En el cruce de la Calzada Madero y Carranza e Ignacio Mejía, la grieta ocasionó un desnivel de hasta 15 centímetros de alto, que quebró en el camino tuberías de agua, asfalto, varillas y rocas.
         Pero el siniestro ocurrido nada tuvo que ver con un sismo, sino con una falla, interrupción en el terreno que se forma por la fractura en las rocas de la corteza terrestre. La de Ciudad Guzmán es una falla que atraviesa toda la ciudad de oriente a poniente, que se reveló durante el sismo de 1985 pero que, contrario a lo cree mucha gente, no se originó con este terremoto.
El fenómeno, conocido como subsidencia, se exteriorizó por primera vez el 30 de enero de 1973, cuando ocurrió un sismo en la ciudad que también provocó que el Seminario Mayor se viniera abajo. Pero la falla, aunque manifestada a través de los movimientos telúricos, no tiene su origen en ellos, no está conectada al Volcán de Fuego de Colima, ni tiene nada que ver con el sistema de la Falla de San Andrés.  Según información del Mtro. Ricardo García de Alba, investigador de tiempo completo del Centro Universitario del Sur, en el subsuelo de Zapotlán existen aguas subterráneas, mismas que sirven para abastecer el consumo de la ciudad. Fue por reblandecimiento y por un vacío en la cuenca subterránea que la bóveda se cuarteó, tanto desde la primera vez que se manifestó como la ocurrida el 21 de septiembre del 2012, aunque evidentemente, cuando ocurre un sismo el desplazamiento es mayor.

Sin embargo, aún con el antecedente, las calles de las zonas más afectadas siempre han estado habitadas. Incluso después del terremoto del 85, que derrumbó la mayoría de las casas de las calles Manuel M. Diéguez e Ignacio Mejía y que dañó severamente al Santuario de la Virgen de Guadalupe, no se llevó a cabo un plan de reubicación, desalojo o manejo especial del área. De hecho, muchas de las viviendas que hoy existen sobre Ignacio Mejía fueron creadas con apoyo de la Comisión Estatal de Reconstrucción de la Zona Sur de Jalisco, delegación creada por decreto del entonces gobernador de Jalisco, Enrique Álvarez del Castillo el 29 de octubre de 1985, y disuelta el 31 de marzo de 1987 tras “haber cumplido las funciones para las cuales fue creada”.
De acuerdo con información del Atlas de Peligros Naturales Modulo I, Fase II para el Municipio de Zapotlán el Grande, Jalisco, Ciudad Guzmán tiene alrededor de 50 puntos dentro del área urbanizada identificadas como zonas de riesgo geológico. La mayoría de éstas se ubican repartidas a lo largo de la falla, lo que significa que todas las familias que viven en más de cinco kilómetros lineales están en un riesgo inminente, y lo más grave, un riesgo que no va a detenerse, porque la falla seguirá moviéndose.
Diez días después del deslizamiento de la calle Ignacio Mejía, la prensa estatal y nacional seguía con la mirada puesta en el evento y su contexto: en las familias afectadas y en cómo se les apoyaría después de declararse como inhabitables ocho de cerca de 30 viviendas afectadas. Cuestionaba por ejemplo El Occidental la “alarmante apatía” de las autoridades locales y estatales antes los daños de la falla. Sin embargo, a 11 meses de distancia del suceso, la situación no ha cambiado mucho para los afectados.
La calle Ignacio Mejía en su cruce con la Calzada Madero y Carranza, una zona de importante tráfico, fue rehabilitada rápidamente tras cubrir el desnivel con chapopote y asfalto, aunque después de que fuera activado el Plan de Contingencia y que un comité técnico y científico realizara estudios en la zona para dictaminar las causas del suceso con el fin de predecir su trayectoria futura. Los estudios fueron pagados con recurso de Fondo Estatal de Desastres Naturales luego de que fuera declarado como zona de emergencia. Mientras tanto, las calles Manuel M. Diéguez e Ignacio Mejía fueron reabiertas a la circulación semanas más tarde, aunque se restringió el paso de carga pesada, después de que se realizaron reparaciones en el asfalto y el drenaje a fin de evitar que el agua derramada reblandeciera más la tierra y agravara la situación.
Sin embargo, al final fueron los habitantes de la franja dañada los que no vieron materializado ningún tipo de apoyo para restaurar sus viviendas o buscar la reubicación, pues cuando ocurrió el siniestro el cambio de Administración Municipal estaba cerca de realizarse, de tal suerte que cuando los nuevos encargados de la Dirección de Obras Públicas se enteraron del deslizamiento telúrico y sus consecuencias, el plazo para hacer los trámites para obtener dinero para los damnificados por medio del Fondo Nacional de Desastres Naturales ya había agotado, documentó el 5 de octubre del 2012 Televisa Guadalajara.



El municipio no tiene recursos destinados para apoyo a víctimas por tragedias naturales, y eso es lo que el día de hoy tiene inmersa en la indignación a los vecinos, misma que los ha llevado en diferentes ocasiones a emitir declaraciones para pedir la ayuda del gobernador del estado, Aristóteles Sandoval, pues como informó el 20 de Mayo del 2013 el Diario Regional de Zapotlán, hay personas que han tenido que pedir prestado para rehabilitar sus hogares y evitar que se les caigan.


La gente transita diariamente por estas vialidades ante las casas deshabitadas y cuarteadas por la mitad y las que se sostienen en equilibrio con puntales de madera y tiras de metal entre las paredes partidas, con esfuerzos para intentar detener las bardas y los techos y poder dar siniestro cobijo a quienes aún viven en ellas. Seres humanos que les tocó vivir en un lugar equivocado como combinación de la ignorancia y la indiferencia de un gobierno que no se preocupó por instalarlos en un lugar más adecuado. La apatía del transeúnte ante su panorama circundante sólo se interrumpe cuando sin darse cuenta se tropieza con un desnivel de la destrozada acera, y entonces hace consciencia de las grietas y aberturas que se encaminan delante de sus ojos sin respetar muros, ladrillos ni machuelos. 

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