He visto a la Muerte y me ha gritado 'vive'


En la Ciudad de México, entre millones de habitantes, uno normalmente camina sin prestar atención al de al lado. O si lo hace, es para cuidarse las espaldas. No más. Estos días, la ciudad me ha mostrado una cara que mantenía oculta pero latente. La cara de la solidaridad. Hoy los desconocidos ayudan a otros desconocidos.

Este martes pensé que moriría. Más tarde, mientras caminaba entre calles con escombros y gente voluntaria, sentí la fuerza de estar vivo. Si la tierra retumbó en sus adentros desatando desastres, las personas después retumbaron sus pies en el suelo mientras se movían hacia el auxilio.

En dos días he visto a gente cantar el Cielito Lindo mientras trabaja entre un derrumbe. He visto a mujeres repartir cubrebocas a los extraños. Vi a Policías abriendo el paso para ambulancias. A adolescentes de acento chilango comunicarse con sus amigos para decirles que vinieran a rescatar.

He visto la mirada de los voluntarios viajando en el metro y he encontrado en ellos el brillo de la esperanza. He visto el polvo en la ropa y el sudor en la piel de quienes levantaron escombros. Vi a ciclistas usando sus mochilas de repartidores para distribuir víveres. Vi a hombres cargando rocas con cubetas. Cadenas humanas pasando herramientas y comida hacia camiones. Personas yendo a las ruinas con sus mascotas para ver si sirven como perros de rescate. Puños levantados para pedir silencio que también tienen el efecto de hacer un puño en la garganta.

He visto a las calles tomadas por sus habitantes y me han devuelto la fe.

He visto a los ojos a la muerte y me ha gritado "vive".

He presenciado a la desgracia y me ha dicho "ayuda".

He visto a la vida y me ha clamado "sirve".

Al oscurecer, en medio de centenares de personas que habían acudido para ayudar en una fábrica derrumbada, me acerqué a recoger testimonios de voluntarios

-Me voy a ir hasta que diga mi patrona-, me dijo una señora sonriente que preparaba tortas.

-¿Y dónde trabaja usted?-, le pregunté.

-Aquí en la Obrera tiene su tortillería y su restaurante para cuando guste-, dijo.

Aquí en la Obrera. Para cuando guste. Tenía desde las 4 de la tarde ayudando a preparar comida para los brigadistas, esos que intentaban sacar sobrevivientes debajo de las toneladas de piedra y roca que solían ser una fábrica de textiles de 6 pisos de altura.

"Cuando se escuchen aplausos es porque ya rescataron a alguien. Mientras, no podemos aplaudir", escuché a una mujer que estaba en la zona del rescate.

Mientras estaba en el derrumbe, aplaudimos cuatro veces. Cuatro vidas se habían salvado.

Una vez alguien me dijo que no serviría para ser reportero de problemas sociales. Que era muy blando y me afectarían mucho. He recordado eso mientras reprimo las lágrimas que siento cada que veo a la gente ayudar. Tal vez es cierto. O tal vez simplemente soy humano.

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