McDonald's


Mi boca mastica una mezcla indeterminada de cartílago, masa, conservadores y un poco de carne en frita amalgama conocida como nuggets de pollo.

Sin esperarlo, me vine a meter al refugio del americano en la tierra alemana. Una embajada más allá de las diplomacias, un territorio muerto más allá de la política, una esquirla asimilada en la carne sana. No es Checkpoint Charlie, la caseta que separaba el Berlín Soviético del Berlín de los Aliados y que observo desde la ventana.

Es el McDonald's donde estoy cenando, a unos metros del letrero que se replicó del de la Guerra Fría y que sigue gritando en mayúsculas su amenaza, ahora velada, en cuatro idiomas distintos.

YOU ARE LEAVING THE AMERICAN SECTOR
Durante el día, hombres guapos se disfrazan de soldados para tomarse fotos con los turistas y tocar ocasionalmente, disimuladamente, el trasero de las mujeres que posen junto a ellos. Pero es de noche: unos cuantos turistas se toman fotos frente a la barricada de utilería y a la caseta reconstruida de vigilancia, al pie del letrero que advierte en ruso, en inglés, francés y en alemán que esa era una zona dividida, y que pasar a cualquiera de los lados representaba un peligro particular o la muerte.

Riego con Coca helada las papas que tengo en la boca y que como alternadamente con los nuggets mientras analizo mi posición.

Reportero, mexicano, acude al establecimiento más cercano y barato a su hotel para cenar. Tiene jetlaj y necesita desesperadamente dormir, pero está a salvo. A menos que las desveladas lo terminen matando algún día.

Frente a mí tengo la vista de una calle que ahora es amplia y pacífica pero hace décadas fue una frontera hostil. En el interior del local donde me encuentro, lo único hostil fue el trato del dependiente, seguramente harto de tener que lidiar con turistas con decenas de idiomas y actitudes distintas.

La ciudad me recuerda y se recuerda que aquí hubo guerra. Desde la comodidad de mi asiento observo el tiempo en reversa para imaginarme los tanques y los soldados en formación, los cadáveres de aquellos que quisieron atravesar el checkpoint sin tener permiso, como aquel muchacho de apellido Fecher y 18 años de edad que se desangró hasta morir ante la vista de soldados, testigos y periodistas tras recibir un balazo en la pelvis mientras quería salir de la Alemania soviética.

Un hombre se sienta cerca de mí y se pone a morder su hamburguesa. Pareciera que viene de correr o del gimnasio, y también parece ser el único local de la ciudad. Un señor pasa afuera por la ventana, lo reconoce y lo saluda en alemán. Adentro, una pareja de latinos habla en español, un joven asiático usa su computadora y un número de personas más comen y ven el celular. 

"Mich liebe es"

Termino de comer y concluyo que las papas de aquí tienen un sabor peculiar. Saben a papas a la francesa de puesto callejero de pueblo. La grasa tiene algo particular. Pero me gustan. Veo el ticket de compra: 7.19 euros por mi cena. Uno de esos euros fue por decir que sí a un sobre de mayonesa que no utilicé.

Me dirijo a la salida y veo a ambos lados de la puerta automática los que considero los letreros más honestos y cínicos que he visto. El equivalente a que en la cámara de diputados dijera: aquí robamos al país mientras nos hacemos pendejos.

Es un letrero normal, pero también un statemement:
You are leaving the American sector. 

Traspaso la puerta hacia la calle alemana en medio de la noche alemana y la atmósfera me envuelve con su brisa fresca alemana. Soy un extranjero entre tierras extranjeras.

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