La pierna del funeral



-Aiuda.
-¿Qué pasó?
-Nos entregarán la pierna de mi papá.
-*emoji sorprendido*

En una conversación de WhatsApp con mi hermana me enteré que mi abuelo (mi papá de crianza, en la práctica) ya no tenía una de sus piernas. La pierna derecha, para ser exactos.


Tener diabetes está cabrón. Tener diabetes desde hace 30 años y haberte quedado ciego por eso, todavía más. Haber tenido cáncer añade una capa de sabor a la situación. Llevar un año con una herida supurante en uno de tus pies es la cereza del pastel. Tener 75 años de edad es la lluvia de chispas de chocolate para decorar el emplatado. Con esos ingredientes combinados se cocinó el dictamen de los médicos que concluyeron que a mi papá no le quedaba de otra más que deshacerse de su pierna.

Y así, como un pastel gangrenoso, en una bandeja mortecina, sería entregada.

-¿Qué chingados se hace una pierna? ¿Hacerla taquitos?-, trivializó mi hermana.

No voy a minimizar la situación y decir que todo ha sido como un viaje a Disney. Las últimas semanas han sido una montaña rusa de sentimientos en el que principalmente destacaron tres: la impotencia, la intertidumbre y el miedo.

De un día para otro Don Chema comenzó a sentirse mal, y también de un día para otro sus dedos amanecieron negros. Que tenía el azúcar en más de 500, dijeron en el hospital. Un médico intentó evitar la amputación suministrando antibióticos poderosos, pero el pie ya se estaba pudriendo en vida.

Mi hermana se movilizó desde Oaxaca hasta Ciudad Guzmán para ayudar a cuidar al enfermo. Yo sólo pude estar al pendiente desde la Ciudad de México, a través del teléfono, pero preparado para partir si la gravedad aumentaba.

Cuando mi hermana me dijo que les sería entregada la pierna amputada de mi papá, no supe cómo reaccionar. En los días posteriores a la sentencia, todos estábamos lidiando con el proceso de aceptación. No pensamos, o descartamos, la idea de que la familia tuviera que eliminar el trozo de cuerpo. El funeral de una pierna no era parte del plan.

Las opciones eran las siguientes: 

a) Les entregaremos la pierna para que la entierren, pero no puede salir de la ciudad a menos que haga el trámite correspondiente. Supongo que llevar furtivamente una pierna al panteón del pueblo levantaría sospechas de algún descuartizado. Y más en tierra de narcos.
b) Les entregaremos la pierna para que la cremen en una funeraria. Esa fue la opción elegida.

Los médicos dijeron que mi papá había salido bien de la operación pero que todavía no podía recibir visitas de la familia porque estaba delicado. Para hacer la entrega de la extremidad se levantó un acta de defunción de mi papá.

¿Qué pasa si se muere alguien después de que le hacen una amputación? ¿Hacen otra acta de defunción? Esos son misterios que afortunadamente no tuvimos que resolver. Pero, de no ser por un enfermero conocido de mi hermana que le dijo que había visto bien (y vivo) a Don Chema, nuestro señor padre bien podría haber sido un gato de Schrödinger y estar para nosotros vivo y muerto a la vez. Muerto en el acta de defunción, vivo según la declaración médica. Así más de 20 horas, hasta que un familiar pudo verlo.

Entregaron las cenizas de la pierna en una urna pequeña. La cremación costó casi 6 mil pesos.


-Aquí se las vamos a tener en la casa para cuando muera enterrarlas con el resto de su cuerpo. O si me voy yo primero, ya saben qué es lo que tienen que hacer-, me instruyó mi mamá por teléfono. 


Al día siguiente dijeron que la razón porque la que no sacaban a mi papá de la sala de observación era por que el hospital estaba lleno y no había cuartos disponibles. Que había gente que estaba siendo dada de alta directamente del quirófano por la misma situación. Antes de ser operado, mi mamá y mi hermana estuvieron cuidando a mi papá, encamillado en un pasillo a falta de un espacio más digno. 

Es un hospital público en Ciudad Guzmán, pero bien podría ser el de cualquier ciudad del país, con los servicios médicos al tope de su capacidad y los enfermos en una docena de listas de espera distintas. La espera para recibir consulta. La espera para recibir un transplante de órgano. La espera para ser recibido en una habitación. La espera de un lugar en el quirófano. Los pobres nos podemos morir esperando.


Dijo mi papá que sintió que la cirugía entera transcurrió en unos 10 minutos. Según él, estuvo consciente todo el tiempo, anestesiado solamente de la cintura para abajo.

-Ya-, dijo la doctora.
-¿Ya qué?-, preguntó mi papá.
-Ya no tiene pierna.
-¿Y ya no podré correr los 100 metros planos?
-Ni dar un solo paso.

Me acordé de un dibujo que hice en el kinder. El tema era “los trabajos de nuestros padres”. Gané la pequeña competencia con un dibujo de mi papá con su gorra, una bolsa de rótulos para vender y su bastón. No podía ver, pero sus piernas siempre fueron aliadas en su voluntad de sacar adelante a sus nietos, convertidos en hijos adoptivos. Ahora hay un muñón en su extremidad derecha.

-¿Y ya se siente mejor?, le pregunté a mi papá por teléfono.
-Pues sí-, dijo. -A aceptar lo que Dios nos tenga preparado.

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