Jeju

Lista de cosas que vi en la Isla de Jeju.

Un aeropuerto en Seúl repleto de niños. La guía explicándonos que es porque es día de paseos escolares. Yo recordando que mis paseos de la escuela solían ser en camiones viejos de color amarillo. Saludos efusivos cuando mi grupo pasaba junto a ellos. Casi todos los muchachos con el pelo cortado de honguito.

Un templo budista asimétrico y sobrecogedor en la cima de un cerrito en la isla de Jeju. Yo pisando su suelo con solo calcetines cubriendo mis pies. El silencio del interior. Yo pensando: "qué obras tan grandiosas hace la gente por Dios". Un Buda gigante sentado sobre sus piernas y cubriéndolo todo con su mirada benevolente. Una escalera angosta hacia el segundo piso del templo. Miles de billetes de colores y lámparas de papel colgados del techo. Cientos de veladoras eléctricas encendidas y cientos más por encender. Una señora que se soltó a platicar con una amiga periodista y conmigo al escuchar nuestro intento de 'hola' en coreano. Ella repitiendo "Meshico, ooh", tras decirle el nombre de nuestro país.

Un templo pequeño enclavado en una cueva detrás de la iglesia monumental. Un Buda feliz de piedra en su propia fuente de agua curativa a la entrada de la roca. Tres cucharones de madera para tomar agua para beber. Un monje budista al interior del templo entonando los cánticos de una ceremonia. Unas ocho personas arrodilladas a su lado. Tres figuras budistas al frente del altar, atestiguando la misa. Yo bebiendo el agua fresca de la fuente. Una niña sonriente llegando al templo. Su mamá detrás de ella.

Una cascada que tira sus aguas al mar. Yo bajando las escaleras de piedra y madera rumbo al espectáculo. Agua pulverizada pegada en mi piel. El río saltando al vacío en un acantilado. Una pequeña represa, piedras resbalosas, y enseguida el mar. Yo pensando que nunca había visto nada parecido. Una muchachada llenando de pronto el lugar. Vendedores de mandarinas, salchichas y souvenirs a la entrada del parque natural, recordándome a los que están en los Lagos de Montebello.

Niebla lechosa agolpándose tras las ventanas de un restaurante en un cayo de la isla. Una vista que se suponía iba a ser panorámica. Viento de niebla metiéndose por mi playera. Cuatro señoras tomándose fotos con sus impermeables rosas y sus palos para selfies. Bajando por la ladera del cayo hasta la verja de madera. Las olas del mar chocando contra las rocas negras, como en un video musical de Woodkid.

Un señor delgadito poniéndome cuidado mientras le sirvo azúcar a mi café. Preguntándome si soy americano. Yo respondiendo que soy mexicano. Su esposa, muy bonita, sonriendo. El señor invitándome a sentarme a convivir en su mesa aunque apenas puede decir algunas palabras en inglés. Yo rechazando la propuesta porque ya se va mi grupo de periodistas.

La cocinera de un restaurante enseñándome a comer uno de sus platos típicos. Cortando un trozo de carne de cerdo de la estufa que está instalada en medio de la mesa. Diciendo en voz alta los ingredientes mientras va armando una especie de taco coreano: ¡Lettuceee!... ¡Pooork!.... ¡Oñiooon!... ¡Pestooo!... ¡Kimchiiii!
Yo tratando de agarrarle el gusto a esas verduras fermentadas.

Duna, nuestra guía, contándome cosas de su vida. Yo descubriendo que tiene 44 años aunque juraba que tenía unos 20. Ella recibiendo una videollamada con su hermana. Yo saludando a su sobrina de 2 años, a su hermana y a su cuñado por la pantalla de su celular.

La lluvia ligera pero persistente durante mi estancia en la isla. La humedad calurosa del ambiente pese al estado lluvioso. Excepto cuando hace viento. Mi cuerpo empujado por un ventarrón exagerado mientras camino de vuelta al autobús.

Yo viendo todo lo que puedo por la ventana del bus que me transporta por la isla junto con los demás periodistas. Estructuras en forma de corazón y con bancas en medio de campos de flores y hortalizas. Parcelas de distintos sembradíos divididas por pequeñas bardas hechas de piedra juntada, como he visto muchas en mi pueblo. Paradas de autobús a la orilla de la carretera. Letreros escritos en coreano. Señales de cruzar la calle con el dibujo de una pareja de ancianos.

Casas de todo tipo: con techos de teja y acabados del estereotipo asiático. Cuadradas y hechas de manera. Con techos a dos aguas y con techos planos. Con ventanas pequeñitas y con ventanas corredizas de papel y madera. De ladrillo y concreto como las de mi pueblo.

Tótems de piedra a la entrada de los templos. Tótems de piedra a la orilla de la carretera. Tótems mirando al mar. Tótems pequeñitos que se venden como recuerditos. Yo pensando que parecen una mezcla de tótems hawaianos, de la Polinesia y de la isla de Pascua. Una isla con su propia identidad.

Mandarinas jugosas en anuncios espectaculares. Mandarinas a la venta en puestos callejeros. Mandarinas en el hotel para desayunar. Jugo de mandarina embotellado. Mermelada de mandarina para embarrarle al pan. Mandarinas en crecimiento en huertas junto a la carretera. Mandarinas en los souvenirs que venden en Jeju.

Una moto pequeña estacionada a la orilla del camino. Un monumento de piedra con caracteres coreanos detrás.

Tierra café y fértil incluso a la orilla del mar. Piedras porosas bajo mis pies recordándome que estoy en una isla formada por un volcán.

Ranas cantando muy fuerte en la noche hasta que me quedo dormido.

Botes de basura con forma de maletas en el aeropuerto.

Empleados del aeropuerto agitando las manos para despedir al avión desde la pista de despegue.

La isla más grande de Corea haciéndose chiquita mientras el avión se eleva. Yo quedándome dormido mientras prometo regresar algún día.



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