Cinturones

-Anoche Mayron prendió la lavadora -le dije a Sonia-. Pulsó el botón que hace mover el tambor para calcular cuánta ropa tiene y con base en eso soltar el agua necesaria. Y entonces hizo un ruido extraño, como si algo de metal en su interior estuviera arrastrándose.

Mi amiga estaba sentada en la sala, frente al televisor y donde tambíen estaba colocado el electrodoméstico que no cupo en el patio de la cocina.

-Estábamos jugando Mario Kart cuando metió su ropa a lavar, pero yo estaba asustado. Mayron puso la lavadora a funcionar y en momentos se escuchaba ese ruido, ¿sabes?, como de si algo estuviera roto por dentro. "¿No lo escuchas?", le decía a Mayron. "No, weón", me respondía. "Es el ruido normal"", le conté a Sonia. Ella me observaba sin interrumpir.

-Pero no lo era, ¿me explico?, -proseguí-. Es como con los dueños de un coche que van manejando y escuchan algo raro, algo que los demás no captan, pero que ellos identifican de inmediato. Así me sentía con la lavadora. Ya la conozco. Sé los ruidos que hace al lavar. Y ese sonido no era normal.

Sonia asintió. Entrecerró los ojos, tratando de captar el hilo de mi conversación. Le tomó al café que sostenía entre las dos manos, como hacía siempre.

-Comencé a pensar en el resto de problemas de la casa y en que todos ellos significan dinero-, me confesé-. Como las chinches. Las putas chinches. Antes de la fumigación dormí mal toda la semana dormí mal porque no podía dejar de imaginar que estaban subiendo en la cama, caminando sobre mí y picándome. Te juro que pasé las últimas tres noches en vela con la lamparita de mi celular encendida, aluzando las sábanas y buscando alguno de esos insectos rondando por ahí, algún rastro de sangre que me confirmara que me estaban picando-, me desahogué.

-Y encima Callle estaba en sus días. En la sábana había manchitas secas de la menstruación de Calle y yo no podía saber si era sangre de piquete de chinches o de la perra que me ensució la cama. Te lo juro. Pasé noches muy feas.

Me di cuenta que estaba divagando. Sonia me observaba mientras tomaba su café.

-¿Y qué le pasó a la lavadora?, preguntó.

-Seguimos jugando, -le dije-. Yo tenía a Mario Tanuki y Mayron a Yoshi. Pero me estaba yendo mal en el videojuego. No podía dejar de poner atención a los sonidos que hacía la lavadora al trabajar. Puta madre. Apenas hace dos o tres semanas decretamos que la lavadora estaba bien. ¿No te conté que hace como mes y medio pensamos que estaba descompuesta? Una noche vino Antonio a lavar su ropa y como nos daba flojera poner varias cargas, la metimos toda junta. La siguiente vez que iba a poner a lavar, me di cuenta que hacía un ruido horrible. Seguro fue porque la sobrecargué.

-Lo curioso de esa vez fue que en el trancurso de como dos semanas vinieron dos técnicos diferentes a revisar la lavadora-, comencé a narrar, con un tono de voz distinto. -Tuve que hacer un buen de llamadas y citas, porque varios me quedaron mal. Uno de ellos era de este servicio que pides en línea, IguanaFix. Pensé que serían serios, yo entrevisté a los fundadores un día, pero como hasta la tercera cita este señor se apareció a revisar la lavadora. La volteó de cabeza, la revisó por dentro y dijo que se había descompuesto porque nunca limpiamos el filtro de la pelusa. Dijo que la reparación serían como mil 500, máximo. Pero luego la empresa mandó la cotización. Eran casi 3 mil pesos, Sonia.

Ella sólo escuchaba. Le tomaba a su café y me escuchaba. Supongo que estaba acostumbrada a mis historias de señora que parecían no ir a ningún lado.

-¿Y los pagaron?-, preguntó, escuetamente.

-No. Era una puta estafa. Está bien que seamos puros hombres los que vivimos en la casa y no sepamos mucho de lavadoras, pero eso estaba carísimo. Busqué otras opciones. Como a los dos días encontré otro servicio de reparaciones y les llamé. Vinieron a la casa en la mañana, antes de que me fuera a trabajar. Antes de que llegaran, se me ocurrió ponerla a funcionar en un ciclo con el mínimo de agua, para que no perdiéramos tiempo esperando a que se llenara cuando llegaran los técnicos. Pero entonces la lavadora comenzó a funcionar y nos dimos cuenta que no estaba haciendo ruidos extraños.

-¿Cómo?-, preguntó mi amiga, sacada de onda.

-Sí-, le dije. -Comenzó a funcionar normalmente. Como si nunca hubiera tenido nada. Lo único que se nos ocurrió fue que el primer técnico, de alguna manera, la había reparado. A lo mejor sólo tenía algo mal acomodado y se compuso cuando estuvo de cabeza. En fin. Los ténicos ya estaban afuera de la casa y no había manera de cancelar, así que sólo les pedí que nos reemplazaran una de las abrazaderas de las mangueras, porque estaba rota. Cobraron 200 pesos.

Sonia seguía con los ojos entrecerrados. Era una mujer paciente, pero al parecer esta vez sí me había ido por las ramas demasiado.

-Perdón-, le dije.Tenía que contarte esa otra historia primero. Después de como tres torneos perdidos de Mario Kart, los ruidos de la lavadora comenzaron a ser más fuertes. Yo sólo podía pensar en que ahora sí se había descompuesto de a deveras, que seguramente desde la primera vez estaba mal y sólo se había medio acomodado. Ahora sí había tronado y seguramente iba a tener que pagar unos tres mil pesos por la reparación. ¿Y de dónde chingados? Puta madre, la vida de adulto es una mierda cuando sabes que pagar una compostura de lavadora te va a dejar en bancarrota por todo el mes. Te juro Sonia que en algún momento yo también decidí que los ruidos que estaba haciendo eran normales.

-¿Y luego?- preguntó.

-Nada, dejé de hacerme pendejo y me paré. Si de verdad estaba algo roto dentro de la lavadora, dejarla funcionar sin más iba a empeorar las cosas. Mayron le puso pausa a la carrera y le dije que no podíamos seguir usándola. Me puse según yo a ver si no había algo zafado, como si de verdad pudiera llegar a identificarlo.

-No inventes, qué mal.

-Espérate-, le dije. Mayron se acercó también a ver si podíamos ver qué tenía la lavadora. Pero él metió la mano en la tina, no sé si para alcanzar a tocar el motor o algo, y entonces sacó uno de los pantalones que se estaban lavando. No le había quitado el cinturón. Eso era lo que estaba dando vueltas en la lavadora y lo que hacía el ruido de descompuesto. Puta madre.

-¿Neta?, dijo, y se carcajeó.

-Maldita sea-, exclamé. Duré como 20 minutos con mi malviaje mental, pensando en que no podríamos lavar de nuevo quién sabe por cuánto tiempo, que quién sabe cuánto nos cobraría el técnico, y al final era un puto cinturón el del problema. Volvimos a prender la lavadora y siguió lavando como si nada. El ronroneo de un gato a media noche hubiera sido más ruidoso que la lavadora.

-Bueno, al menos no pasó a mayores, dijo Sonia.

-Meh, sí. Al menos.

Nos quedamos un rato sin decir nada más. Se me olvidó que yo también tenía un café. Le tomé y estaba frío. Si hubiera sido una cerveza, se habría calentado. Luego ella propuso ponerle más agua a la cafetera. Le dije que sí.

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