Viernes
Hoy es viernes. Un fin de semana cualquiera, dirán, pero para muchos estudiantes el viernes nos brinda la maravillosa oportunidad del reencuentro. Regresar a nuestros lugares de origen, a nuestra casa, con nuestra familia, nuestros vecinos... en fin, regresar a casa.
En mi caso, el viernes es el día más esperado de la semana. En mi ser acumulo durante la semana los abrazos y besos que daré a mi familia y al llegar son repartidos entre mi papá, mi tía y mi hermana.
Desde la mañana comienzan los planes: me levanto, organizo mis cosas, hago tarea, y me llevo mis maletas a la escuela. Durante todo el día pienso el ansiado momento de que terminen las clases, para poder tomar el autobús que conduzca a mi lindo pueblito. Durante el camino, al tiempo que observo los pastizales, las parcelas y los cerros, voy recapitulando mentalmente mis actividades durante la semana, mis convivencias con mis amigos, y las actividades en la escuela, y recuerdo las tareas que tengo que entregar... bah! mis gratos recuerdos se ven de pronto interrumpidos por la tarea... ¿cómo se me ocurre acordarme de la tarea justo cuando recordaba lo bonito de la semana? rayos! tareas de esto y lo otro, leer y escribir... Cierro los ojos, respiro profundo y el estrés se va. Tengo tarea, lo sé. Ya habrá tiempo para hacerla. Ahora voy a ver a mi familia.
Al ver por la ventana, observo el atardecer... el sol se oculta, cobijado por el volcán y el Nevado de Colima. Persistente, lanza sus últimos rayos de luz, y el cielo se va tornando de muchos colores: de naranja amarillento a rojo, y luego a una especie de lila-púrpura... Abstraído, contemplo el paisaje, y me invade una inmensa tranquilidad. Entonces, me doy cuenta que el camión toma una desviación. Me siento feliz. Mi pueblo está cerca. El camión cruza el puente que pasa por el río. Da vuelta a la izquierda. Los faroles, orgullosos, iluminan el ambiente, como dándome la bienvenida. Llegamos a Vista Hermosa. La fuente luce galante en medio de la calle, con sus flores y sus caídas de agua. El camión sigue avanzando, sube una calle y da vuelta. Imponente, la hacienda de mi pueblo hace su aparición. Aquella construcción de más de 500 años de antigüedad que ha sido testiga muda de la historia de mi comunidad. El autobús se detiene, finalmente, enfrente de aquella imponente construcción. Suspiro, agarro mis mochilas y bajo del camión. Me siento contento de pisar Mi Tierra. Me siento en casa.
En mi caso, el viernes es el día más esperado de la semana. En mi ser acumulo durante la semana los abrazos y besos que daré a mi familia y al llegar son repartidos entre mi papá, mi tía y mi hermana.
Desde la mañana comienzan los planes: me levanto, organizo mis cosas, hago tarea, y me llevo mis maletas a la escuela. Durante todo el día pienso el ansiado momento de que terminen las clases, para poder tomar el autobús que conduzca a mi lindo pueblito. Durante el camino, al tiempo que observo los pastizales, las parcelas y los cerros, voy recapitulando mentalmente mis actividades durante la semana, mis convivencias con mis amigos, y las actividades en la escuela, y recuerdo las tareas que tengo que entregar... bah! mis gratos recuerdos se ven de pronto interrumpidos por la tarea... ¿cómo se me ocurre acordarme de la tarea justo cuando recordaba lo bonito de la semana? rayos! tareas de esto y lo otro, leer y escribir... Cierro los ojos, respiro profundo y el estrés se va. Tengo tarea, lo sé. Ya habrá tiempo para hacerla. Ahora voy a ver a mi familia.
Al ver por la ventana, observo el atardecer... el sol se oculta, cobijado por el volcán y el Nevado de Colima. Persistente, lanza sus últimos rayos de luz, y el cielo se va tornando de muchos colores: de naranja amarillento a rojo, y luego a una especie de lila-púrpura... Abstraído, contemplo el paisaje, y me invade una inmensa tranquilidad. Entonces, me doy cuenta que el camión toma una desviación. Me siento feliz. Mi pueblo está cerca. El camión cruza el puente que pasa por el río. Da vuelta a la izquierda. Los faroles, orgullosos, iluminan el ambiente, como dándome la bienvenida. Llegamos a Vista Hermosa. La fuente luce galante en medio de la calle, con sus flores y sus caídas de agua. El camión sigue avanzando, sube una calle y da vuelta. Imponente, la hacienda de mi pueblo hace su aparición. Aquella construcción de más de 500 años de antigüedad que ha sido testiga muda de la historia de mi comunidad. El autobús se detiene, finalmente, enfrente de aquella imponente construcción. Suspiro, agarro mis mochilas y bajo del camión. Me siento contento de pisar Mi Tierra. Me siento en casa.
ay pepe, que bueno q tengas la dicha d querer volver cada semana a tu casa, y así como tú hay muchos... ¿estaré descompuesta o por qué será q no comparto ese mismo sentimiento de nostalgia? al contrario, considero éste mi hogar más q d donde provengo. Y este fue mi pequeño "apunte de bolsillo"
ReplyDeleteAh! gracias aguaciel!! En estos tiempos me encuentro entre muchas nostalgias... ésta es una de ellas.
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