Rehabilitar la esperanza
En un salón, 18 niños escriben en sus cuadernos. Algunos hacen trazos débiles e inseguros, escritos por lápices que manejan pequeños de 9 años. Otros resuelven problemas matemáticos, con trazos desenvueltos de adolescentes de 16 años. Al sonar la campana, abandonan el aula para ir a desayunar, y después se prepararán para recibir una terapia psicológica grupal. Más tarde jugarán fútbol y se divertirán en competencias deportivas. Los 18 niños viven en la Unidad de Tratamiento Residencial de Ciudad Guzmán, Jalisco, institución que a través de tratamientos planeados y específicos se dedica a rehabilitar a los menores que han pasado por problemas de drogadicción y violencia, desde su familia o en la calle.
Según datos de la Organización de
Estados Americanos, el 44.7% de los jóvenes mexicanos de 12 a 17 años declaran
haber consumido bebidas alcohólicas en el último año. El 1.18% dice haber
consumido mariguana, y el 1.14%, cocaína. Asimismo, la Procuraduría de la
Defensa del Menor y la Familia reportó que en el 2009 recibió casi 49 mil
denuncias por maltrato infantil, y que el 26% de la población de 8 a 14 años,
no asiste a la escuela.
Para
atender los problemas de drogadicción entre los jóvenes, en 1969 surgieron los
Centros de Integración Juvenil, asociación
civil no lucrativa incorporada al Sector Salud. En 2001, se abrió una
oficina de tratamiento en Ciudad Guzmán, Jalisco, que en el 2006 se convirtió
en la Unidad de Tratamiento Residencial, con el objetivo de brindar un
tratamiento integral y una formación completa a grupos de menores de edad con
problemas de adicción, violencia, educación o en situación de calle. Desde
entonces, más de 300 niños se han rehabilitado, y han concluido sus estudios de
educación primaria y secundaria, para regresar a la sociedad e incorporarse a
la vida laboral y familiar con nuevos horizontes y planes para su vida.
RECUADRO 1
(FUENTE: CNN Expansión [http://www.cnnexpansion.com/expansion/2009/01/27/kena-moreno-pionera-editorial]) |
Los Centros de
Integración Juvenil se fundaron en 1969 por Kena Moreno, empresaria dueña y
editoria de una de las revistas femeninas más leídas de México: Kena, que
nació en 1963. En un principio, los CIJ surgieron como el Centro de Atención
para Jóvenes Drogadictos, que después de sumar esfuerzos con las autoridades
federales pasó a llamarse Centros de Integración Juvenil. Entre las
actividades que estos centros realizan destacan la prevención, el
tratamiento, la rehabilitación y la investigación científica sobre el consumo
de drogas en México. Actualmente, son 110 los centros que operan distribuidos
en los 32 estados del país.
En
1977 Kena dejó la Dirección general de su revista para dedicarse por completo
a los Centros de Integración Juvenil. Actualmente se desempeña como la
Presidenta de la Comisión de Vigilancia.
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La Unidad de Tratamiento Residencial: un centro único en todo el país.
Recuadro 3:La Unidad de Tratamiento Residencial de Ciudad Guzmán recibe recursos de cuatro instituciones. |
La Unidad de Tratamiento Residencial de Ciudad Guzmán surgió de la suma de 4 esfuerzos: DIF Jalisco, Centros de Integración Juvenil, Secretaría de Salud Jalisco y el Consejo Estatal Contra las Adicciones en Jalisco. Las cuatro dependencias trabajan conjuntamente para sostener el proyecto.
RECUADRO 2: Distribución de empleados y
costos por parte de las instituciones que sostienen al UTR
Fuente: (Unidad de Transparencia del UTR CD. GUzmán)
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DIF Jalisco (Dirección de Protección a la Infancia)
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- Personal
-Alimentos
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Secretaría de Salud
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- Un
médico
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CECAJ
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-Materiales,
papelería
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CIJ
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-9
plazas, pago de servicios
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De esta manera, el UTR cumple una función única y diferente a la de cualquier Centro de Integración Juvenil en México: funciona como un albergue de rehabilitación donde viven hasta 18 niños y adolescentes desde 10 hasta 17 años.Como es el único CIJ en su tipo, llegan a vivir jóvenes de otras ciudades, como Guadalajara, y de otros estados, como Zacatecas o Colima. La Unidad de Tratamiento Residencial labora las 24 horas del día, todos los días del año, con sus 19 empleados repartidos en 3 turnos de trabajo.
Se calcula, según datos de la Dirección del UTR, que el tratamiento
mensual por cada interno asciende a los 60 mil pesos. Tan sólo 15 mil pesos se
gastan mensualmente por la alimentación de los menores. El equipo de
trabajo que atiende a los niños está integrado por médicos, psiquiatras,
psicólogos, trabajadores sociales, enfermeros y cocineros, que están divididos
en tres turnos de trabajo diarios, pues este centro labora todos los días del
año y las 24 horas del día.
De esta manera, la finca con el número 629 de la Calle Cuba, de la
Colonia Bugambilias de Ciudad Guzmán, Jalisco, desarrolla un trabajo coordinado
con las instituciones a las que depende para brindar un tratamiento integral
desde antes de que un menor ingrese y posterior a su rehabilitación.
Recuadro 4: Misión, Visión, Objetivos y
líneas de acción de los Centros de Integración Juvenil.
(Fuente: ¿Qué es el CIJ? [http://www.cij.gob.mx/QuienesSomos/que_es_cij.html]) |
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ESTRATEGIAS
·
Consolidar el desarrollo de programas
conjuntos de amplias coberturas.
·
Mantener la vigencia de las concertaciones
productivas.
·
Promover el establecimiento de convenios de
colaboración a nivel local, regional, municipal y estatal.
·
Vigilar la aplicación de los compromisos
asumidos en los convenios nacionales.
·
LÍNEAS DE ACCIÓN
·
Diversificar las concertaciones con los
sectores prioritarios, comenzando con aquellos organismos cuya actividad
primordial se relacione con la salud y la educación, y continuar con los
sectores: social, gobierno, justicia y comunicación.
·
Impulsar los convenios nacionales vigentes y
propiciar mecanismos para la coordinación local y regional con sus
delegaciones.
·
Mantener la vigencia de las coordinaciones
para asegurar la continuidad en la suma de esfuerzos.
·
Fomentar la participación en eventos de
cobertura nacional, impulsando la constitución de promotores preventivos que
multipliquen acciones dentro de sus ámbitos de influencia.
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Los requisitos: condiciones para ser aceptado en el UTR
Para que un niño o adolescente pueda entrar a rehabilitarse a la Unidad de Tratamiento Residencial de Ciudad Guzmán, deben existir ciertas condiciones: Ser un niño que tenga algún problema de adicción con drogas, haber sufrido violencia intrafamiliar, o haber vivido en la calle. Éstos son los tres factores más comunes, y aunque ha habido internos que han padecido los tres, la mayoría sólo presenta alguna de las condiciones. En el UTR algunos padres llevan directamente a sus hijos a internar, aunque antes de ser aceptados se debió armar un expediente y un historial de vida de la familia. En otras ocasiones, los distintos DIF municipales son los encargados de hacer el contacto con el centro para recibir a los niños. Para eso, DIF ya tuvo que haber hecho un expediente con los datos de la familia y del niño, haber reunido algunos documentos, como acta e nacimiento y CURP del menor, y en caso necesario, haber realizado los procedimientos legales correspondientes, sobre todo en casos donde hubo violencia intrafamiliar, esto de acuerdo a información proporcionada por la Dirección de la Unidad de Tratamiento Residencial. El personal que labora en el centro no tiene facultades legales para intervenir en ningún caso, pues su función es la rehabilitación de los internos.
Las reglas del juego: claves para la convivencia
En el UTR, como en todos los lugares, existen reglas a las que debe someterse cualquier persona. La Unidad de Tratamiento Residencial tiene un sistema de etapas por las que pasan todos los internos. Está pensada para desarrollarse en 3 meses, que es el tiempo promedio de estadía de cada menor. En los 3 meses, se desarrollan 6 etapas, una cada 2 semanas. Al ingresar, cada niño comienza en la etapa 1 semana 1, y con base a las actividades que realice en esos días, se valora si ya puede pasar a la siguiente. Cada niño se califica en una escala del 0 al 10, en variables como disciplina, puntualidad, limpieza, respeto a sus compañeros, trabajo en clase, convivencia, respeto en el comedor, entre otros, y la calificación de cada variable se promedia al terminar la semana para realizar el conteo. Con un puntaje aprobatorio, el interno pasa a la siguiente semana de la etapa que esté cursando, de lo contrario, permanece en ella hasta que obtenga una calificación satisfactoria.
La modalidad de premios y castigos está muy bien organizada en el UTR. Cuando un interno comete una falta, pierde puntos, pero si comete una falta grave, como pelearse con un compañero, intentar escaparse, faltarle al respeto a alguien del personal, ingresar dinero al edificio, ingresar drogas al edificio o consumirlas, entonces se le confina en un espacio de aislamiento. Allí permanece 24 horas solo, donde le llevan de comer, y tiene que realizar una encomienda para reflexionar sobre su conducta. Al terminarla, puede salir, aunque estará amonestado y en observación ante cualquier comportamiento, que en caso de reincidencia, desemboca en la expulsión. Por el contrario, una buena conducta se ve reflejada directamente en el promedio semanal, que otorga al menor el derecho a intercambiarlo por fichas que le servirán para comprar dulces. Un promedio de 7, le da al niño 70 fichas, que podrá canjearlas por golosinas, cada jueves en la noche. No obstante, ni los puntos ni los dulces son transferibles o acumulables.
Cuando un niño se porta bien, es recompensado en ocasiones con paseos o salidas a comer a restaurantes, y en general, todos los internos reciben entrenamiento deportivo y paseos a unidades para entrenar. De vez en cuando, participan en torneos de fútbol contra escuelas, y en los desfiles patrios, también participan.
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Las 7 de la
mañana, hora de comenzar un nuevo día.
A las 7 de la mañana, son muchas las cosas que ocurren simultáneamente.
En Ciudad Guzmán, el sol se levanta tras Las Peñas. Los vehículos transitan
por las calles, apurados por llevar a sus pasajeros a diferentes destinos:
que la escuela, que el trabajo, que a las compras del mandado. Los niños
suben a los autobuses, las madres agarran a los más pequeños de la mano. Los
olores se mezclan en el mercado: frutas, flores, verduras, carnes y mariscos.
A éstos se le unen los sonidos, de los marchantes que ofrecen sus mercancías,
de las señoras que hacen el regateo, el vendedor de discos compactos, del
barrendero que inicia el día cantando. Lejos, en las universidades, las aulas
se encuentran abarrotadas, y las ideas más generalizadas son el sueño, el
recuerdo de la noche anterior, la tarea que se tiene que entregar y el examen
que hace falta presentar. Los profesores enseñan, otros leen, otros dan
sermones, unos más platican con sus alumnos. En toda la ciudad se vive la
actividad de un día normal, no obstante, muchos habitantes aún duermen
en sus casas, descansan, aguardan unos momentos más en sus camas antes de
iniciar las labores de la cotidianeidad.
La vida transcurre equilibrada y serena en Ciudad Guzmán, y en
una orilla de la ciudad, 21 niños se espabilan ante el sonido del
despertador. Revisan su calendario semanal: De 7 a 8, aseo”. En equipos, los
niños comienzan a barrer sus habitaciones, mientras son motivados por las
alegres canciones que suenan por el edificio. La Unidad de Tratamiento
Residencial inicia un nuevo día, y a las 8 de la mañana, un aula se llena de
los muchachos que, con libreta en mano, comienzan a repasar los apuntes del
día anterior. Minutos después llega el asesor del Instituto Estatal para la
Educación de los Adultos, quien los guiará en el proceso del aprendizaje de
las letras y los números, la sexualidad y las ciencias naturales, el civismo
y la historia. Mientras hacen planas o sacan cuentas, hacen alguna broma o
ríen por algún comentario. El compañerismo es evidente aun cuando los 21
niños eran sólo desconocidos hace un mes. Hasta el que tiene12 años, que
llegó hace 3 días, es ya aceptado y se siente aceptado dentro del grupo. De
pronto, una campana suena, poco después de las 9 de la mañana, libretas y
cuadernos son guardados y las sillas acomodadas. Los niños saben que es la
hora del desayuno, y se forman ya para decir una oración, plegaria repetida
de memoria cada día antes de pasar a la cocina.
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El acompañamiento psicológico: la clave de la recuperación
Terapias grupales, trabajo en temas semanales, elaboración
de periódicos murales, terapias individuales, entre otras actividades, son las
que todos los niños habitantes de la Unidad de Tratamiento Residencial viven
durante su estancia en este lugar. De esto se encarga el equipo de psicólogos y
psiquiatras, dos de ellos son José Juan Cárdenas Ochoa, quien es más conocido
como Chaz por los internos, y Rosa Adriana Martínez Cárdenas.
Chaz es
más que un psicólogo: hace las veces de maestro de primaria, compañero de
equipo de fútbol, y confidente. Su apodo
se lo ganó desde hace 5 años, cuando era un estudiante de psicología que
aplicaba su servicio social en el UTR. Para los niños, él era el más joven de
los trabajadores, le decían: “tú eres el
más chavo, tú eres el Chaz”, y las próximas generaciones hicieron que José Juan
adoptara su nuevo mote de por vida, el cual además le ha servido para
vincularse mejor con los internos. Después de terminar su servicio social, Chaz
fue invitado por los administradores a quedarse a trabajar en el UTR. Así, él
es ahora el encargado del Acompañamiento Terapéutico, y tiene un horario de
trabajo de sábados a miércoles de 7 de la mañana a 3 de la tarde. El psicólogo
recuerda que su empleo comenzó el 1ero de enero del 2007, y ahora, 5 años
después, está casado y tiene una bebé de 6 meses a la que adora con toda su
alma. Chaz es originario de Tecalitán, y reconoce que su trabajo ha sido
difícil, pero que sin duda las experiencias buenas han sido su mayor aliciente:
“lo mejor es ver que el niño se rehabilita, regresa a la escuela y se
convierte en una persona de bien”.
Rosa Adriana Martínez vivió la transformación del centro a Unidad de Tratamiento Residencial. Antes de eso, había trabajado ya durante 15 años en un CIJ de Colima, donde vivía junto con su familia. Cuando pidió su cambio, en el 2006, se encontró con un ambiente pesado y estresante de un recién abierto UTR, donde la disciplina era muy difícil de conseguir. Adriana dice que algunos compañeros viajaron a Colombia para recibir una capacitación especial en modelos pedagógicos de enseñanza. De esta manera, y después de un tiempo el equipo aprendió a lidiar y controlar la nueva empresa, y todo siguió adelante.
Para Adriana, "el trabajo es mucho más que cumplir con un horario y ganar un salario", y lo demuestra todos los días: al enseñar a los niños más pequeños a leer y escribir, al hablar con los padres de familia para involucrarlos en el proceso de recuperación de sus hijos durante las terapias familiares y escuela para padres, y cuando escucha atenta los secretos de sus pacientes, sus duras experiencias y sus reflexiones. Nunca se ha arrepentido de su trabajo, y agradece siempre haber contado con su familia, pese a que tuvo que venirse a vivir sola a Ciudad Guzmán para cumplir con su empleo. Por eso, reconoce que "no toda la gente le entra a esto", y se siente orgullosa se servir a los niños para rehabilitarlos.
Rosa Adriana Martínez vivió la transformación del centro a Unidad de Tratamiento Residencial. Antes de eso, había trabajado ya durante 15 años en un CIJ de Colima, donde vivía junto con su familia. Cuando pidió su cambio, en el 2006, se encontró con un ambiente pesado y estresante de un recién abierto UTR, donde la disciplina era muy difícil de conseguir. Adriana dice que algunos compañeros viajaron a Colombia para recibir una capacitación especial en modelos pedagógicos de enseñanza. De esta manera, y después de un tiempo el equipo aprendió a lidiar y controlar la nueva empresa, y todo siguió adelante.
Para Adriana, "el trabajo es mucho más que cumplir con un horario y ganar un salario", y lo demuestra todos los días: al enseñar a los niños más pequeños a leer y escribir, al hablar con los padres de familia para involucrarlos en el proceso de recuperación de sus hijos durante las terapias familiares y escuela para padres, y cuando escucha atenta los secretos de sus pacientes, sus duras experiencias y sus reflexiones. Nunca se ha arrepentido de su trabajo, y agradece siempre haber contado con su familia, pese a que tuvo que venirse a vivir sola a Ciudad Guzmán para cumplir con su empleo. Por eso, reconoce que "no toda la gente le entra a esto", y se siente orgullosa se servir a los niños para rehabilitarlos.
Desde la cocina: recuerdos de una mujer con más de 300 sobrinos.
María de Jesús Serrano Silva sonríe recargada en un pretil. Observa a los niños y jovencitos que saborean sus guisos. Marichuy se pone nuevamente el mandil y le da una movida a la olla que cocina los frijoles, y después sonríe gustosa para servir un hotcake más al niño que le pide más. Cuando los niños se van, Marichuy sigue trabajando. Hace más amena su labor cocinera al platicar con Adriana, una de las psicólogas del centro. Entonces, recuerda, hace cuentas. Recuerda que tiene ya varios años trabajando ahí, desde el 2 de enero del 2006, por poner una fecha exacta. María ha preparado la comida desde que el Centro de Integración Juvenil se transformó en la Unidad de Tratamiento Residencial. Se acuerda que al principio fue duro, difícil, pues el ambiente estaba tenso porque faltaba disciplina, y las peleas e insultos entre los internos eran cosa de todos los días. Sin embargo, su mente reconoce que todo era por la falta de atención y de cariño que los niños sentían, y que todo se tranquilizó en pocos meses. Reconoce también que la paz se debió a la organización que en su momento tuvieron todo el equipo que conforma el centro. Marichuy, ahora, se siente orgullosa, pues como cocinera tiene un contacto más directo, más intimo, con los niños del UTR. Un contacto casi maternal, del cariño que se transmite a través de la comida. Por eso, todos los chavales la llaman “tía”, por respeto, por admiración y por norma establecida desde su ingreso. El motivo es ese, fomentar la cercanía, tanta que a veces hace a Marichuy llorar, cuando uno de sus sobrinos tiene que irse porque terminó su tratamiento. Ella sabe que no debería conectarse tanto, pero concluye que es algo inevitable. Así es la vida. El cariño es algo que no se puede detener así nomás.
Pero ahora, tiene que volver al guiso, a menear la olla, a voltear las tortillas. Los niños reciben una terapia grupal, pero volverán a comer cuando terminen. Así seguirá siendo mientras el UTR exista, y Marichuy se siente feliz con su trabajo, y del apoyo que siempre ha tenido de su familia.
Servicio social: aprendizaje y experiencias
La Unidad de Tratamiento Residencial tiene convenios para la realización de servicio social por parte de estudiantes universitarios y voluntarios de sociedades civiles. En Ciudad Guzmán, gestionaron convenios de colaboración con el UPN, UdeG, Tecnológico de Ciudad Guzmán y el CBTIS. De esta manera, decenas de estudiantes han pasado por las aulas de este centro de rehabilitación para prestar sus servicios mientras aprenden de los niños interos, comparten experiencias y ganan amistades. Igualmente, se cuenta con alianzas con el Instituto Estatal para la Educación de los Adultos con el fin de otorgar materiales e impartir clases para que los niños que no han estudiado puedan terminar su primaria y secundaria de forma gratuita. Pero además de las casas de estudio locales, UTR tiene un convenio con la fundación internacional, fundada en Inglaterra, Proyects Abroad, de la cual han recibido también decenas de voluntarios de otros países que han venido a Ciudad Guzmán para trabajar con los niños, lo que genera un rico intercambio cultural, y para los internos, la posibilidad de aprender sobre el modo de vida en otros países, y la motivación por salir adelante, así como de realizar trabajo social desinteresado. Estudiantes y profesionistas de Japón, Francia, Italia, Estados Unidos, Dinamarca, Bélgica y otros países son los que han pisado el suelo del UTR, mismos que han dejado su recuerdo en una gran manta con la leyenda "Las manos que han hecho posible este sueño", al plasmar sus manos y escribir mensajes.
Alessandro Fazzi Molinas es uno de esos voluntarios que han dejado su tierra para venir a servir a la nuestra. Es italiano, tiene 40 años y tiene una oficina de moda en Firenzé, Toscana, de donde es originario. Él llegó a México el 24 de abril, sin hablar nada de español pero con muchas ganas de prestar sus servicios voluntarios. Tanto así que el cubre todos sus gastos, desde transporte hasta alimentación. Proyects Abroad se encargó de conseguirle asilo con una familia guzmanense, y es ahí donde ha vivido desde entonces. Anteriormente había sido voluntario en una casa hogar de Burkina Faso, pero admite con franqueza que le ha gustado más México, aunque no ha tenido oportunidad de viajar mucho. A duras penas habla español, y necesita que le hablen despacio para que pueda comprender, pero el idioma no tiene fronteras cuando se quiere ayudar. Alessandro dice que "es un sentimiento interno, una experiencia única de ayudar a los demás", y parece que lo ha vivido así durante su estadía. Ahora tiene un brazo roto, se lo fracturó mientras jugaba fútbol con los jóvenes internos: "soy muy malo", reconoce. Aún así, para el todo ha sido "molto belle", y aunque tiene que volver a Italia en Agosto, quiere volver a Ciudad Guzmán en Septiembre. Como puede, Alessandro cuenta las aventuras que ha vivido, desde la vez que tomó un camión urbano equivocado que lo llevó hasta el otro extremo de la ciudad o los aprendizajes que ha tenido como acompañante de los internos en sus terapias grupales y trabajos colectivos.
Alessandro Fazzi Molinas es uno de esos voluntarios que han dejado su tierra para venir a servir a la nuestra. Es italiano, tiene 40 años y tiene una oficina de moda en Firenzé, Toscana, de donde es originario. Él llegó a México el 24 de abril, sin hablar nada de español pero con muchas ganas de prestar sus servicios voluntarios. Tanto así que el cubre todos sus gastos, desde transporte hasta alimentación. Proyects Abroad se encargó de conseguirle asilo con una familia guzmanense, y es ahí donde ha vivido desde entonces. Anteriormente había sido voluntario en una casa hogar de Burkina Faso, pero admite con franqueza que le ha gustado más México, aunque no ha tenido oportunidad de viajar mucho. A duras penas habla español, y necesita que le hablen despacio para que pueda comprender, pero el idioma no tiene fronteras cuando se quiere ayudar. Alessandro dice que "es un sentimiento interno, una experiencia única de ayudar a los demás", y parece que lo ha vivido así durante su estadía. Ahora tiene un brazo roto, se lo fracturó mientras jugaba fútbol con los jóvenes internos: "soy muy malo", reconoce. Aún así, para el todo ha sido "molto belle", y aunque tiene que volver a Italia en Agosto, quiere volver a Ciudad Guzmán en Septiembre. Como puede, Alessandro cuenta las aventuras que ha vivido, desde la vez que tomó un camión urbano equivocado que lo llevó hasta el otro extremo de la ciudad o los aprendizajes que ha tenido como acompañante de los internos en sus terapias grupales y trabajos colectivos.
Rehabilitar la esperanza
En la Unidad de Tratamiento Residencial de Ciudad Guzmán se rehabilita mucho más que drogadicción o traumas de violencia: se regresa el sentido a la vida y se rehabilita la esperanza. Aquella que se encontraba perdida y olvidada, o que incluso era una palabra sin significado para aquellos niños que a su corta edad han vivido experiencias tan difíciles. Son más que terapias y temas semanales, son la oportunidad de tener una nueva familia o de reencontrarse con la que se creía perdida, porque al terminar su estadía, el niño se encuentra limpio de problemas y listo para reintegrarse a la sociedad, con unos padres que lo quieran o unos familiares que no lo traten mal. Es salir a la calle y verlo todo con otros ojos, haber terminado sus estudios básicos y estar preparado con cursos de carpintería y manualidades, repostería o matemáticas. Es decirle adiós a sus compañeros, hermanos durante esos meses de convivencia. Despedirse con un modesto evento de graduación, pero que significa el paso a una nueva vida. Es también, para cualquier empleado o voluntario, dejar algo de sí mismo en cada niño, en cada conversación, en cada broma, en cada risa durante las clases. Reencontrarse con la humildad, y hacer conciencia sobre las cosas que se tienen y no se valoran, la familia que tienes y no disfrutas, el techo que te cubre y que tomas como algo natural, insignificante, banal. Porque nadie tiene la culpa de haber vivido lo que ha vivido, pero tampoco nadie tiene derecho a continuar una vida de sufrimientos sin recibir ayuda. Por que algún día verán a esos niños revoltosos convertidos en hombres de bien, agradecidos por la oportunidad que tuvieron y aprovecharon, y con las ganas de devolverle, de rehabilitarle a otra persona la esperanza.
José Luis Adriano Sánchez
Taller de Prensa
Periodismo 2010 B
Señor P. (lo escribo así porque en mi blog me gusta que me describan similarmente, "J.", en el caso de los que me conocen, usted sabrá que escribir un blog hoy en día es un peligro):
ReplyDeleteSu reportaje me parece de lo más aceptable, es más: laudable. Lo que me preocupa es el lugar donde está: no lo he visto en una publicación. Permítame decirle lo siguiente:
Usted tiene un compromiso social necesario. Una preocupación de izquierda, un espíritu necesariamente volcado con la sociedad. Me imagino —y esto me llena de una satisfacción plena— que sus reportajes, con esa inquietud, curiosidad, indagación que usted tiene, en problemáticas sociales, nos podrán llevar a nosotros, los anhelantes de una mejora continua e incluyente, nos llevan a un lugar mejor. Sin duda, dar a conocer este tipo de lugares, y las problemáticas que solventan, generan un bienestar, dicho en otras palabras (más de un profesor de ética que usted conoce): nos llevan a un bien común.
Siga así, revise sus textos muchas veces antes de publicarlos, y pregúntese, además de qué, quién, cómo, por qué, cuándo y dónde, la pregunta obligada ¿a mí qué? Seguramente, en unos semestres más adelante, tendrá toda la información necesaria para saber contestar la última pregunta.
Sugerencias: siga así.
Saludos: J. V.