Alternativas a la guerra contra el narco
En tiempos previos a las
elecciones, contaba la leyenda que un día Felipe Calderón, poniendo su pie en un
pedestal, empuñando el asta con la bandera, y a viva voz, daría la noticia que
cambiaría, según sus nervios, el rumbo de la próxima decisión presidencial:
“Señores, hemos capturado a El Chapo Guzmán”. Con este suceso, las más de 60
mil muertes, entre ellos cerca de 80 por periodistas, y miles de desalojados,
huérfanos, viudas y familias en duelo habían valido la pena, porque uno de los
narcotraficantes más buscados en México y por la policía internacional había
sido finalmente capturado. Entonces, el pueblo mexicano vería que la gran guerra
contra el narco, iniciada aquel fatídico 21 de diciembre del 2006, había dado
resultados, y premiaría el esfuerzo de su ahora victorioso presidente votando
por su aspirante y compañera de partido Josefina Vázquez Mota, para garantizar
6 años más de prosperidad al país. Eso contaba la leyenda.
Entonces
algo pasó y la noticia esperada nunca se dio, y ganó (el IFE lo dice, hay que
creerlo) Enrique Peña Nieto. Ahora, a unos meses de que arribe a la presidencia
(o de que Superpeje lo impida), una de las interrogantes más escuchadas es
sobre qué pasará con la guerra contra el narco. El todavía bronceado presidente
electo ha declarado que la terminará, y que “tendrá que replantear ajustes en
seguridad”. Ahora bien, con los temores de que si negociará o no con los
narcos, como presumiblemente de hacía durante las pasadas administraciones
priístas, y como teme el gobierno norteamericano, uno no sabe qué es lo que
hará nuestro nuevo presidente.
¿Qué
puede hacerse para combatir el narcotráfico sin poner en peligro la seguridad
del país entero? ¿Cómo combatir de raíz un problema que parece crecer más
aunque se capturen decenas de capos de la droga cada día? ¿Cómo luchar contra
el narco si la corrupción la permite mientras se combate superficialmente? A
decir verdad son interrogantes que deben quitar el sueño en búsqueda de su
respuesta sensata a quienes realmente se interesen por el tema, llámense jefes
de estado, investigadores o ciudadanos. Y aunque no estoy seguro que el
gabinete de Peña Nieto se las formule en su totalidad, varios países han
propuesto y puesto en marcha algunas alternativas.
Quizá
la más sonada sea la que se postula a favor de la legalización de las drogas.
Que al hacerlo se les acaba el negocio a quienes la trafican ilegalmente, y que
deben establecerse leyes que la controlen, como en el tabaco y el alcohol. Que
al hacerlo se protege el derecho humano a elegir cómo quiere llevar su vida y
las sustancias que quiera utilizar. La alternativa incluye una serie de
impuestos a los que las produzcan como una manera de erradicar la corrupción,
así como etiquetados médicos para prevenir sobre dosis y peligros médicos,
restricciones respecto a la publicidad y a quiénes será vendida. Los más
liberales dicen que si las drogas se legalizan se la gente aprenderá a convivir
con ellas, y que las muertes por guerras para combatirlas se eliminarán. De
hecho, en México en el 2009 se promulgó el “Decreto del Narcomenudeo” que exime
de delito a toda persona que porte drogas en minúsculas proporciones únicamente
para consumo personal.
Otra
propuesta es golpear a todos los cárteles de la droga desde el aspecto
financiero y económico. Consiste en crear una red articulada para incautar
dinero de los narcotraficantes, en decomisos y directamente de los bancos
nacionales e internacionales. Rastrear las cuentas bancarias para detectar
dinero mal habido. Anualmente 50 mil millones de dólares se mueven por todo
México por las ganancias del narco. Combatir desde lo financiero a los cárteles
significa hacer que el negocio quiebre debido a las pérdidas, ya no humanas,
sino monetarias. Esta estrategia también implica generar todos los empleos que
el narco genera, para que la gente tenga un trabajo legal y bien pagado.
La
tercera alternativa apuesta por la educación. Enseñar desde prescolar a los
niños sobre las drogas, sus daños, sus consecuencias y todo lo que las
relaciona. Inculcar los valores humanos, incrementar la cultura, apostar por la
lectura, la música y las artes, así como el deporte, para evitar que los
jóvenes se involucren en bandas de narcos. Esto implica un cambio de conciencia
generacional que no sólo repercutirá en las drogas sino en todos los aspectos
de la vida diaria.
¿Cuál
será la mejor opción? Quizá una idea sería hacer un híbrido de las tres ideas,
añadir otras cuántas, y establecer ajustes adecuados a México. Una alternativa
urgente a la violencia, pero sólo el presidente y sus consejeros habrán de
definir las riendas que tomarán para combatir este problema, que tampoco se
solucionará con la captura de El Chapo.
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