Padres e hijos: la “barranca” digital


Hace ya algunos meses abordaba el tema con usted: “la brecha digital se define como la separación que existe entre las personas (comunidades, estados, países…) que utilizan las tecnologías de información y comunicación (TIC) como una parte rutinaria de su vida diaria y aquellas que no tienen acceso a las mismas y que aunque las tengan no saben cómo utilizarlas”. Pues el día de hoy regreso, esta vez a decirle que no solo Estados Unidos, Japón o China nos llevan años luz de ventaja en cuanto a tecnología e Internet se refiere, sino también, estimado lector y padre o madre de familia, que sus hijos le llevan la misma ventaja a usted.
                Si usted es de esos padres que suele comprar el último artilugio que la tecnología inventa, llámese computadora, celular, consola de videojuegos, iPad o reproductor de música, para dárselo a su hijo o hija como regalo, o peor aún, como “juguete”, tengo que decirle que se encuentra en una gran equivocación. Bueno, lo está si usted se encuentra entre el grueso de la población que trabaja muy duro para mantener a su familia y subsidiar sus necesidades básicas. Si es todo un ricachón, no hay tanto problema, incluso podría sacarle una sonrisa a este periodista novato regalándole una nueva laptop que lo desespere menos que la carcasa que carga desde que tenía 14 años.
                En fin. Regresando al tema en el que hace meses hablaba de que países ultra desarrollados como Japón tienen el Internet en todos lados y con miles de beneficios, habemos otros como México en los que sólo 5 de cada 100 habitantes tienen computadora. Y me incluyo cuando digo que soy de la generación de jóvenes que nació en un mundo tecnologizado, y parcialmente, porque no conocí una computadora hasta 6to de primaria, Internet hasta la secundaria y redes sociales hasta que terminé la preparatoria. Mis padres, (y los de millones de jóvenes más en todo el mundo) fueron de los primeros en enfrentarse a unos hijos que ya no solo veían televisión, jugaban trompos y se divertían en la calle, sino que comenzaban a prestar su atención hacia unas cajas del diablo creación misma de Mefistófeles, llamadas computadoras. Es más, fueron de los primeros que tuvieron que dar permiso a sus críos para ir al “ciber” a hacer su tarea, cuando antes las bibliotecas o las enciclopedias eran más que suficientes para cumplir esos deberes. Mis padres y los padres de los jóvenes de mi generación, fueron de los primeros en escuchar las palabras “chatear”, “correo electrónico”, “Internet”. Y así, mientras las computadoras pasaban cada vez más a convertirse de “artículo de lujo” a un aparato necesario dentro de los hogares, una brecha comenzaba a cernirse entre los hijos y los padres: una brecha que con el paso del tiempo se ha convertido en una barranca. Por un lado, hijos expertos en tecnología, envueltos en Facebook, Twitter y demás redes sociales; y también en mensajes, llamadas por celular, Skype, Whattsapp; o para la escuela, en sitios como Wikipedia, Buenas Tareas, Prezi, entre muchos otros. Y del otro lado, padres ignorantes en lo que respecta a la modernidad de la tecnología, el internet, la telefonía celular y sus miles de aplicaciones.
                Nos encontramos, por primera vez en la historia, en un momento en el que los hijos tienen una ventaja sobre sus padres: un conocimiento superior, cuando menos en lo que concierne a tecnología e Internet. Y, ¿qué ocurre entonces? Dos cosas. De entrada, conflictos al interior de las familias. De parte de los padres: “¿para qué quieres una computadora? Ahí hay libros para que hagas tu tarea”. “¿Cómo que necesitas Internet para la escuela? Tú nada más te la quieres pasar chateando”. “Deja ya esa jodida computadora, te la pasas ahí todo el día”. “Los celulares son sólo para emergencias, sólo para llamar por teléfono cuando es necesario”. Y de parte de los hijos: “Necesito una computadora porque nos la piden en la escuela” “Quiero que me compres ése celular porque es la moda, y porque varios de mis amigos ya lo tienen” “Tú no te metas en mis cosas, ni siquiera entiendes nada de computadoras”. La lista de discusiones se extiende a unas decenas de cuartillas escritas, y varias de ellas las he vivido en mi propia casa. ¿Qué es lo segundo que puede pasar? Que los padres, por querer acercarse a sus hijos, intenten “involucrarse” en el tema de la tecnología, y entonces les compren a sus retoños toda clase de aparatejos como celulares, consolas de video juegos, tabletas y computadoras, aunque tengan que sacarlos fiados y pagarlos en cómodos abonitos semanales por largos periodos de tiempo, y aunque por comprarlos, casi se queden sin comer. ¿Y luego? Se repite el punto número uno, y los padres discuten con sus hijos por la cantidad de tiempo que éstos les dedican a los aparatos que les compraron, o sobre los malos cuidados que les dan. Error.
                La brecha digital que existe entre padres e hijos no se va a remediar comprándole computadoras a sus hijos (por más que éstos se pongan contentos), sino con la educación. Así es, querido lector, y en este caso, para poder así tener una mejor comunicación, los que necesitan educarse son los padres. Informarse, leer, preguntar sobre las nuevas tecnologías. Saber qué es el Internet, y darse cuenta que no es algo del diablo, pero hay que utilizarse provechosamente. Perderle el miedo a la computadora, meterse a cursos, comprar revistas sobre el tema, aprender a manejar los celulares, crear una cuenta de Facebook, para poder entender en qué ambiente se manejan sus hijos. Incluso preguntarle a sus primogénitos puede ser una forma de aprender. Ir sin temor, porque al preguntar sobre qué es una computadora, o para qué sirve, no va a denotar su ignorancia o perder autoridad, sino a demostrar que quiere entablar una mejor relación con sus hijos y aprender de ellos. Lamentablemente, tampoco nosotros como hijos hemos salido bien librados del embate con la tecnología: sexting (fotografías que se toman los jóvenes para exhibir su cuerpo), pornografía, violencia virtual o ciber-bullying, enajenación, consumismo y estrés, son algunas de las cosas que hemos tenido que enfrentar las personas de mi generación frente al Internet y la tecnología. Nosotros de igual forma, ya vamos de salida en esto, y aprendimos sobre la marcha, pero ahora la atención debe estar centrada en los niños y adolescentes. ¿Sabe usted qué ve su hijo en Internet? ¿Quiénes son sus amigos en Facebook? ¿Quiénes los siguen en Twitter? ¿Qué clase de contenidos sube a su blog o a YouTube? Si la respuesta es no, entonces es hora que se ponga a trabajar, y subirse a la ola. También es necesario que el gobierno incorpore a su agenda temas de becas de computación o cursos no solo para los hijos, sino para los padres. La “escuela para padres” de hoy, debe estar enfocada en la educación sobre tecnología. De otro modo, la barranca digital seguirá entre padres e hijos, con todos los problemas que implica.
                Cuando usted aprenda sobre la onda virtual, entonces podrá decidir sabiamente si su hijo de 10 años necesita más una laptop que el de 17, o si la niña de 15 años merece un iPad o iPhone para su cumpleaños. También sabrá que ni los celulares son sólo para hablar, ni las computadoras sólo para chatear, y que no son malas, pero hay que controlarse y vigilar qué, cuándo y cuánto hacen sus hijos en el mundo digital. Mis hijos, y los de años venideros, la tendrán difícil para engañarnos sobre tecnología, porque ya estamos inmersos y conocemos lo que es, pero ahora, noviembre del 2013, usted, padre o madre de familia, es quien necesita conocer.
José Luis Adriano

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