El apagón

Juan estaba perdiendo el tiempo frente al monitor de su computadora cuando comenzó a llover. Era una tarde negra que había comenzado como un día claro y despejado, pero las nubes llegaron inesperadas y soltaron su descarga primero a cuentagotas y después a raudales que salpicaban el balcón.
Una lluvia inesperada, pero lluvia al fin y al cabo; Juan siguió moviendo el dedo medio de su mano derecha en el ratón para desplazar la pantalla de su navegador. Una descarga quedó interrumpida cuando se fue la luz y se perdió la conexión a Internet. La lámpara se apagó y el refrigerador dejó de rugir con su incesante sonsonete motorizado. Fue la pantalla de su computadora portátil la que continuó alumbrando la estancia con su luz mortecina.
Juan se levantó de la silla y consideró la pausa un buen pretexto para acudir al baño. Entró, se sentó en la percudida taza y se dedicó a contar los azulejos del piso como siempre elegía como actividad distractora. El diminuto cuarto se iluminó de pronto con la luz cegadora de un relámpago, y el trueno retumbó en sus oídos casi al instante. El rayo había caído a pocas cuadras de su casa, cerca del centro, conjeturó.
La lluvia cesó de golpe, lo supo Juan por el repentino silencio, como si el rayo hubiera sido un portazo que interrumpiera una conversación de sobremesa.
Con cara de concentración, como un sonámbulo que intenta detectar al mosquito que lo perturba, Juan comenzó a escuchar un murmullo lejano. Sonaba como agua corriendo, seguramente de los canales de las tejas hacia al piso, y de los arroyos formados en las calles tras la tormenta. Pero el sonido era distinto.
Creciente, el murmullo acarreaba una mezcla de risas con gritos de aparente pánico. Cosa rara, lo más probable era que el vecino de abajo tuviera la televisión prendida. Pero el baño seguía en penumbras, y de la puerta entreabierta sólo se veía el tenue brillo emitido por la computadora.
Lentamente, Juan se levantó del excusado y sin bajar la palanca, observó por la angosta ventana del baño hacia el caserío.
El cielo estaba repleto de nubes negras que parecían a punto de iniciar un nuevo diluvio. La torre de la iglesia se veía, puntiaguda, a lo lejos. Y cerca de ahí, humo. Hilerillas de humo se levantaban en distintos puntos de su panorama reducido de la ciudad.
El clamor crecía y se acercaba hasta su casa, aunque lo único que veía eran techos negros de humedad y copas de árboles intercalados.
Gritos. Eran gritos. Desesperados, guturales y de todos los tonos, los alaridos se escuchaban cada vez más cerca. El sonido creció y el desconcierto dejó paso al terror.
"¿Qué ocurre?" Alcanzó a pensar mientras observaba las humaredas, y entonces el zombi metió el brazo por la ventana y se aferró con fuerza al rostro de Juan.

Comments