Como volver a empezar. De nuevo.
Hace casi dos años los Pepes fantasmas recorrían la ciudad en mil formas distintas y en otras mil direcciones distintas. "Qué curioso, quién diría que la carnicería por la que había pasado tantas veces sería en adelante mi parada del camión para mi nueva casa", escribía en ese entonces... o algo parecido.
Después me di cuenta que la parada de la carnicería no era la de mi casa, sino una muy larga cuadra antes.
Llegué a un lugar austero donde para calmar el frío debía preparar una infusión de café con canela y clavo. La casa donde comencé de nuevo mi vida en Ciudad Guzmán con nuevos compañeros, en un semestre diferente con nuevas personas aunque en la misma universidad. Aquel novato por segunda ocasión que después de haber estado meses fuera de la ciudad regresó a un lugar que conocía pero que parecía extrañamente nuevo.
Conocí a Juan y se convirtió en uno de mis mejores amigos. Largas conversaciones sobre libros, cómics y videojuegos dieron paso a horas de desveladas jugando Smash. Mi nuevo semestre fue extraño pero conocí nuevos amigos. El trabajo de mesero en un restaurant me hizo conocer a personas trabajadoras y divertidas.
Me apropié de mi nuevo espacio con muebles. Aprendí que ir y venir caminando a la escuela era genial. El siguiente semestre llegó con experiencias increíbles, ya no era un novato, había reconquistado mi territorio.
Llegó Julio y se fue Juan. Me peleé con Julio y me contenté. Negociamos a duras penas el orden de aseos y la posesión de los cajones del clóset. Desarrollé mi capacidad de adaptación. Encontré un nuevo amigo para compartir el desayuno y platicar entre tazas de café.
También me di cuenta que la tienda de Don Chuy era mejor que la de la Espiga de Oro porque casi no tenía gente y no te hacían hacer colas inmensas para comprar un litro de leche, aunque la de la Espiga era más recomendable para comprar el mandado de la semana.
Reconocí a cada uno de los vecinos de la calle y dónde vivían aunque sólo les dijera buenos días o les sonriera al pasar. La chica de la papelería, que aparentemente es pariente de la famillia de la Espiga de Oro; don Toto, al otro lado de mi casa y Doña Conchita, la del pozole más barato que he probado en mi vida y también uno de los más buenos, donde con 30 pesos pueden comer dos personas y repetir, aunque sólo vende los sábados; el señor con muletas que siempre toma el sol afuera de su casa o de la mía según hace calor o no; las señoras de la tienda que iban siempre a las mismas horas y la de las tortillas de mano que siempre es sonriente y platicadora.
Aprendí a querer mi modesta casa de estudiantes donde lo mismo llegaba un desempleado dormilón que acababa con mis provisiones a un tipo que cada que me veía me preguntaba si tenía boletitos del camión para hacerse sus cigarritos de mota -aunque gracias a Dios se fueron pronto-.
Desarrollé un cariño especial por mi calle y las que me rodeaban, y sabía cuál casa seguía de cuál y en cuál de todas había una planta de huele de noche que aromatizaba la colonia marzo y noviembre. Me di cuenta de dónde eran los gatos que se peleaban a veces afuera de mi casa y acariciaba al de la tienda que se metía al costal de croquetas a alimentarse solo mientras los clientes desfilaban en el pasillo estrecho entre los exhibidores.
Viví el último semestre de mi carrera completamente arraigado a mi nuevo espacio y compartiendo lo mismo series que videoblogs graciosos con Julio, que se convirtió en uno de mis más grandes amigos y de quien agradecí haber conocido.
La casa en la que estoy ahora es la misma a la que llegué hace dos años cargando maletas y cobijas, pero al mismo tiempo ya no es la misma.
Terminé mi carrera y seguí con más planes en la misma ciudad mientras Julio empezaba su último semestre. Experimenté una nueva etapa en la que combiné trabajo con talleres de teatro y amigos para mantener mi mente ocupada y no tener tiempo de pensar en la crisis post estudiantil.
Terminó su carrera Julio y también Ramón, el último roomie que llegó y que aunque duró sólo unos meses pudimos ser amigos y yo escucharle historias fascinantes. A final de cuentas me hice periodista porque me gusta conocer historias y también contarlas.
La casa está vacía ahora y sola para mi, mis amigos se van a continuar con sus vidas. Y yo, ¿estoy continuando con la mía?
No puedo evitar sentir incertidumbre por lo que viene ahora y me siento otra vez novato. Comenzar otra vez es necesario. Y aunque me había preparado para partir a buscar sueños nuevos, me quedaré otros meses más. ¿Cómo vuelvo a apropiarme de un lugar del que me había despedido? ¿Cómo vuelvo a hacer mío un sitio sin temor a ser absorbido por la comodidad?
En estos momentos no sé cómo responder estas preguntas. Soy un novato que volverá a empezar en el mismo sitio donde comenzó hace dos años pero que tiene miedo que al empezar no quiera terminar.
Buscaré que el siguiente sea un capítulo pequeño.
Después me di cuenta que la parada de la carnicería no era la de mi casa, sino una muy larga cuadra antes.
Llegué a un lugar austero donde para calmar el frío debía preparar una infusión de café con canela y clavo. La casa donde comencé de nuevo mi vida en Ciudad Guzmán con nuevos compañeros, en un semestre diferente con nuevas personas aunque en la misma universidad. Aquel novato por segunda ocasión que después de haber estado meses fuera de la ciudad regresó a un lugar que conocía pero que parecía extrañamente nuevo.
Conocí a Juan y se convirtió en uno de mis mejores amigos. Largas conversaciones sobre libros, cómics y videojuegos dieron paso a horas de desveladas jugando Smash. Mi nuevo semestre fue extraño pero conocí nuevos amigos. El trabajo de mesero en un restaurant me hizo conocer a personas trabajadoras y divertidas.
Me apropié de mi nuevo espacio con muebles. Aprendí que ir y venir caminando a la escuela era genial. El siguiente semestre llegó con experiencias increíbles, ya no era un novato, había reconquistado mi territorio.
Llegó Julio y se fue Juan. Me peleé con Julio y me contenté. Negociamos a duras penas el orden de aseos y la posesión de los cajones del clóset. Desarrollé mi capacidad de adaptación. Encontré un nuevo amigo para compartir el desayuno y platicar entre tazas de café.
También me di cuenta que la tienda de Don Chuy era mejor que la de la Espiga de Oro porque casi no tenía gente y no te hacían hacer colas inmensas para comprar un litro de leche, aunque la de la Espiga era más recomendable para comprar el mandado de la semana.
Reconocí a cada uno de los vecinos de la calle y dónde vivían aunque sólo les dijera buenos días o les sonriera al pasar. La chica de la papelería, que aparentemente es pariente de la famillia de la Espiga de Oro; don Toto, al otro lado de mi casa y Doña Conchita, la del pozole más barato que he probado en mi vida y también uno de los más buenos, donde con 30 pesos pueden comer dos personas y repetir, aunque sólo vende los sábados; el señor con muletas que siempre toma el sol afuera de su casa o de la mía según hace calor o no; las señoras de la tienda que iban siempre a las mismas horas y la de las tortillas de mano que siempre es sonriente y platicadora.
Aprendí a querer mi modesta casa de estudiantes donde lo mismo llegaba un desempleado dormilón que acababa con mis provisiones a un tipo que cada que me veía me preguntaba si tenía boletitos del camión para hacerse sus cigarritos de mota -aunque gracias a Dios se fueron pronto-.
Desarrollé un cariño especial por mi calle y las que me rodeaban, y sabía cuál casa seguía de cuál y en cuál de todas había una planta de huele de noche que aromatizaba la colonia marzo y noviembre. Me di cuenta de dónde eran los gatos que se peleaban a veces afuera de mi casa y acariciaba al de la tienda que se metía al costal de croquetas a alimentarse solo mientras los clientes desfilaban en el pasillo estrecho entre los exhibidores.
Viví el último semestre de mi carrera completamente arraigado a mi nuevo espacio y compartiendo lo mismo series que videoblogs graciosos con Julio, que se convirtió en uno de mis más grandes amigos y de quien agradecí haber conocido.
La casa en la que estoy ahora es la misma a la que llegué hace dos años cargando maletas y cobijas, pero al mismo tiempo ya no es la misma.
Terminé mi carrera y seguí con más planes en la misma ciudad mientras Julio empezaba su último semestre. Experimenté una nueva etapa en la que combiné trabajo con talleres de teatro y amigos para mantener mi mente ocupada y no tener tiempo de pensar en la crisis post estudiantil.
Terminó su carrera Julio y también Ramón, el último roomie que llegó y que aunque duró sólo unos meses pudimos ser amigos y yo escucharle historias fascinantes. A final de cuentas me hice periodista porque me gusta conocer historias y también contarlas.
La casa está vacía ahora y sola para mi, mis amigos se van a continuar con sus vidas. Y yo, ¿estoy continuando con la mía?
No puedo evitar sentir incertidumbre por lo que viene ahora y me siento otra vez novato. Comenzar otra vez es necesario. Y aunque me había preparado para partir a buscar sueños nuevos, me quedaré otros meses más. ¿Cómo vuelvo a apropiarme de un lugar del que me había despedido? ¿Cómo vuelvo a hacer mío un sitio sin temor a ser absorbido por la comodidad?
En estos momentos no sé cómo responder estas preguntas. Soy un novato que volverá a empezar en el mismo sitio donde comenzó hace dos años pero que tiene miedo que al empezar no quiera terminar.
Buscaré que el siguiente sea un capítulo pequeño.
Amigo!
ReplyDeleteQué te parece si me mudó contigo y creamos una historia nueva.
Imagina tu y yo conquistando la colonia.