How I Met Your Mother

Cuando la vida no es un suitcom.

Sentado en la sala, en el preámbulo de la Nochebuena, mi papá me contó cómo conoció a mi madre.

-La noche que naciste llegué corriendo a la casa y tu tío Pedro estaba en la sala viendo películas-, dijo. -Me le eché encima y grité: ¡fue niño!

Debe ser algo común. Me refiero al escenario común de uno conociendo la historia de uno mismo y de cómo fue que llegó al mundo, cómo sus padres se conocieron y terminaron juntos. Sin embargo, en ese momento, el señor con cabestrillo sentado frente a mi en la sala de mi casa estaba revelándome algo inédito y desconocido para mis veinticinco años de edad.

-No quisimos saber si ibas a ser niña o niño. Nomás saber si venías bien o no. Era más emocionante la sorpresa-, dijo.

Camino del hospital a la casa, mi papá se encontró a un señor que vendía un coche y lo compró, de puro gusto. Le dijo a mi tío -que en ese momento vivía con ellos- que el niño traía auto bajo el brazo.

Eran épocas de bonanza y de felicidad. Pero no duraron mucho.

Me sé completa la historia siguiente. Seis meses después de mi nacimiento, mi mamá se enfermó de epilepsia. Despertó en la cama de un hospital amarrada de pies y manos después de haberse convulsionado como una poseída en su trabajo. Mi papá pensó que lo mejor que podía hacer ante la enfermedad y la responsabilidad era emborracharse. Luego comenzó la violencia. Cuando yo tenía cinco años y mi hermana dos, una caravana de parientes llegó por mi mamá y sus hijos y nos llevó a vivir a Jalisco. Me sabía esa historia con base en recuerdos y anécdotas reconstruidas. Pero no conocía la precuela.

Ese día, muchos huecos del conocimiento de mi historia fueron llenados.

Por ejemplo, no sabía por qué mi papá, que a veces decía que había estudiado Química y otras veces que Farmacia, había terminado trabajando de repartidor de Marinela. Desde luego, cuando tenía cuatro años, ese era para mí un empleo fabuloso, porque mi papá siempre llegaba a casa con Gansitos y otros manjares poco vitamínicos del trabajo. Pero, ya en mi etapa joven-adultez millennial obsesionada con la necesidad de ejercer mi carrera para sobrevivir no tan jodidamente, me comencé a preguntar por qué mi papá no hizo lo propio con la suya.

Resulta que mi papá, quien también se llama José Luis, estudió tres carreras técnicas. La primera en Alimentos, la segunda en Química y la tercera en Farmacia. Según eso, tenía planes de hacer una universitaria, pero en lo que era aceptado en una facultad y no quería perder el tiempo, se ponía a estudiar de nuevo otro bachillerato técnico.

Un buen día de principios de los años 90, mi mamá y su hermana fueron a la Ciudad de México de vacaciones. Se hospedaron con otro de sus hermanos, que vivía en una unidad habitacional. Ahí vivía mi papá, con su papá: y fue el lugar donde se conocieron. Por esas fechas, mi papá estaba terminando la última de sus carreras.

Duraron un año y medio de novios. Mi mamá consiguió trabajo en la ciudad y se quedó a vivir acá. Un día, con la intención de conocer a los suegros, los felices novios fueron a Santa Cruz, el pueblo de Jalisco de donde es mi mamá.

-¿Así que usted es el novio de mi'ja? ¡Pásele!-, dijo mi papá que le dijo mi Papá Fili, con un tono de "macho jalisciense antiguo", según su descripción.

La conversación continuó al interior de la casa.

-¡Mañana mismo los casamos!-, dijo Don Filiberto. -Por ahí conozco dos o tres personas que pueden fungir como testigos-.

Y los casaron. Mi papá se paniqueó, evidentemente, pero como él y mi mamá se amaban y de todos modos pensaban casarse, accedieron. Sin embargo, la condición de los suegros fue que mis papás no podían vivir juntos hasta que se casaran por la Ley de Dios.

Eso ocurrió seis meses después, en enero de 1992. Como si hubiera servido de algo. El día de la boda por la iglesia, ella ya estaba embarazada de mí.

-No nos comimos la torta antes del recreo-, justificó mi papá. -Ya estábamos casados.

Mi papá fue más atrás en el tiempo.

Lo sabía de antemano, pero nunca conocí los detalles completos. Cuando los papás de mi papá se divorciaron, él tenía cinco años.

-Repetí la historia-, dijo mi papá. Cuando él se separó de mi mamá, yo tenía cinco años.

Mi papá se crió junto con sus hermanos en Ixtepec, Oaxaca. Allá pasó desde los cinco hasta los dieciséis años, viviendo con su abuela paterna y su abuelastro. Pero no fue agradable. Como mi papá no era nieto del esposo de mi bisabuela, nunca lo quiso.

-Vete a comer con el perro-, dijo que le decía. -No puedes estar en la mesa conmigo.

Mi bisabuela quería mucho a sus nietos, y por defenderlos, recibía los golpes de su esposo. A los dieciséis, mi papá regresó a la Ciudad de México, con su papá.

-O estudias o trabajas-, fueron las condiciones de mi abuelo. Y así comenzaron los estudios de mi papá.

Me contó mi papá que cuando estudiaba Química hizo sus prácticas profesionales en el Excélsior. Trabajó en el laboratorio de fotografía, revelando imágenes. Su mamá también trabajaba en el periódico; era quien atendía la cafetería.

El hijo de mi papá creció lejos de él y terminó siendo periodista. What a coincidence. O tal vez sólo estoy rellenando sucesos aleatorios en nuestras vidas para sentir que mi papá y yo de hecho tenemos cosas en común aunque no hayamos vivido juntos.

Poco tiempo después de casados, el futuro de mis padres era brillante.

-Teníamos el mundo a nuestros pies-, dijo mi papá.

Mi mamá ganaba bien como secretaria de una empresa de papelería, pero trabajaba mucho. Mi papá acababa de conseguir un empleo prometedor en una empresa farmacéutica. Se mudaron a su nuevo departamento, mi mamá tenía coche y su hijo recién nacido iba a crecer en una familia próspera y feliz.

Entonces fue cuando a mi mamá le diagnosticaron epilepsia. Siguió trabajando un año más haciendo home office, hasta que no se pudo más.

Mi abuela paterna se enfermó. Le dijo a mi papá que quería que él se encargara de la cafetería del Excélsior mientras ella estaba en sus tratamientos. Intentó negarse, pues su nuevo empleo le gustaba, era relacionado con su carrera y ganaría bien.

-Eres el hijo mayor y te necesito más que nunca-, dijo mi papá que dijo mi abuela. Y renunció.

Duró cuatro años atendiendo la cafetería. Supongo que pensó que como también había estudiado Alimentos, no estaba tan desencaminado. Pero, cuando pasó todo, el mejor trabajo que pudo encontrar después fue el de repartidor de Marinela. Para entonces, ya había nacido mi hermana, y la responsabilidad estaba canija.

Veo a mi papá sentado en mi sala. Es un señor de cincuenta y un años que vive en un centro de rehabilitación de alcoholismo desde hace casi tres. Se parece a mí. No: yo me parezco a él. Me pregunto si su rostro será el mío a mis cincuentas. Saco las cuentas y reflexiono que a mi edad, él ya se había casado.

 Pienso en que debió haber sido bonito tener una familia normal. Pero también pienso en que no la quiero. Lo que soy, lo que somos, se debe a todo lo que hemos vivido. Y lo agradezco.

Comments

  1. Siempre he creído firmemente en que tarde o temprano la vida te da las explicaciones de lo que suele no ser claro al inicio, los por qués del destino. Y al final, la historia se cuenta sola. Gracias por compartirla.

    Siempre es un agazajo leerte. Feliz Navidad y un día! Con el harto cariño y admiración de siempre, Paola.

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