Todos se están casando

Ese 'hasta que la muerte nos separe' es un contrato engañoso.


Todavía estaba en la universidad cuando surgió el tema por primera vez. No es algo a lo que podamos escapar fácilmente. "Muchos amigos ya se están casando y yo todavía ni novia tengo", dijo Juan por ahí del 2013, pero bien que pudo haber sido Perla en 2015 o Javier en 2018 o Enriqueta en 1984.

En algún momento de la vida toda persona llega a la época dichosa u horrible donde sus amigos, primos, conocidos y vecinos de su edad comienzan a contraer matrimonio, casarse o al menos -como decimos los de Jalisco- arrejuntarse. Sí, suele ser un caos. Sí, aquella alma infortunada -que ni pareja tiene- comienza a angustiarse, a sentir la presión de la maldita sociedad, a ver de lejitos y de reojo al resto de seres humanos contemporáneos que comienzan a sentar cabeza como las reglas de la conviencia lo imponen, y también, en mezcla de rebeldía contra el sistema y de pretexto conveniente (yo diría que 50-50), a decir que uno está requete bien siendo soltero y en general a despotricar contra las normas sociales que lo quieren obligar a uno a casarse nomás tenga cierta edad para poder continuar en el aburrido camino hacia la muerte.

Es un tema complicado. Y uno suele angustiarse, incluso aunque no tenga las intenciones, los medios ni el personal necesario (se necesitan dos, al menos) para efectuar el proceso de casarse. Pero, en realidad, últimamente  he llegado a pensar que esa no es la verdadera cuestión que nos atañe.

Ya entré a la edad donde amigos y conocidos se están casando. Pero también ya estoy en la edad en la que los padres de mis amigos se están muriendo.

Lo había pasado por alto. Los papás son para siempre, ¿no? Al menos así suele pensar uno mientras está en el kinder y piensa que tiene la vida resuelta o pa' empezar, ni le pasan por la mente esa clase de situaciones. Uno va por la vida y sí, más adelante puede que uno imagine que en algún momento sus papás ya no van a estar o que quizá le tocará seguir solito cuando sea adulto, pero normalmente suele faltar mucho tiempo para que eso suceda y mejor uno sigue pensando en las cosas que quiere hacer "cuando sea grande" mientras se rasura la barba frondosa de hace un mes frente al espejo.

Hay algo en los votos de matrimonio que estaba implícito y en lo que no había reparado. Ese 'hasta que la muerte nos separe' suele pensarse sólo entre los interpelados, pero ahora que lo veo también nos involucra a su descendencia. 'Hasta que la muerte nos separe' de tenerlos. De ser sus hijos. De que nos guíen. Nos acompañen. Nos observen mientras levantamos el vuelo con nuestras alas flacas y tratamos de vivir nuestras propias vidas. Muchas implicaciones bajo ese contrato oral y usualmente romántico. Hasta cursi.

Me enteré por Facebook de la muerte de la mamá de un conocido de la universidad. Incluso transmitió en vivo el primer rosario. No estuve presente, mandé mis condolencias a distancia y me quedé pensando. Un caso tristísimo. Ojalá no ocurran más. Pero ya murieron al menos dos padres más de conocidos de mi red y ahora el tema me atormenta particularmente más cuando veo que alguno de mis amigos tiene planes de casarse.

Ojalá sólo tuviéramos que preocuparnos por quién se casa con quién y en si nos van a invitar a la fiesta. Encontrar con quién pasar tu vida el resto de tus días es difícil pero en comparación, es menos angustioso pensar en eso a reflexionar en que tus papás probablemente tengan de 60 años para arriba y que, estadísticamente, según la esperanza de vida actual, no faltan muchos años para que se vayan para siempre de tu lado.

Sí, no tengo la vida comprada. A lo mejor me muero al rato. A lo mejor saliendo del trabajo alguien me empuja al metro y muero escandalosamente y de paso arruinándole la noche a los cientos de personas que viajaban en el tren y a los que esperaban subirse para poder llegar a su casa a descansar.

A lo mejor me muero de una forma aburrida. A lo mejor le doy 'publicar' a esta entrada de blog y acto seguido me duele el brazo izquierdo y quedo aquí desparratado e infartado en mi escritorio del trabajo y con mis notas sin redactar. Pero también, a lo mejor, tengo una vida promedio y sobrevivo unas cinco décadas más y me toca la desdicha de enterrar a mis padres.

No quiero que suceda. No estoy listo.

Antes, tampoco quería que mis amigos se casaran, se fueran a vivir lejos y tuviéramos menos tiempo y probabilidades de vernos, pero ahora veo eso como una nimiedad muy fácil de sortear. Se puede apostarle a la distancia, pero no podemos apostar contra la muerte.

Hasta el momento no ha muerto ninguno de los padres de mis amigos más cercanos. No lo deseo ni remotamente. Prefiero verlos sonriendo mientras bailan en sus bodas. Mis posibilidades para tener la mía en los próximos años están casi reducidas a cero. Ojalá que así de remotas fueran también las probabilidades de perder a mis padres. Ojalá que fueran infinitos.

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