El derrumbe

Vendrán de nuevo. Pronto. Con sus drones tripulados, con sus armas de plasma, sus rostros enmascarados y sus uniformes blindados. Clamando venganza, como si nos hubiéramos muerto con la intención de molestarlos. Como si nos hubiéramos desplomado a la Tierra para reclamar algo que hace mucho perdimos.

Somos Los De Arriba, pero sólo existimos cuando una de nuestras colonias se derrumba. La que se cayó apenas era una que temíamos hace mucho que terminaría así. Por varios años sobrevivió tambaleándose en el aire, los motores hacía tiempo resoplando mucho más del que su vida útil había estipulado.

Entre mecánicos, talacheros y aspirantes a ingenieros le daban mantenimiento como podían. Se colgaban desde el borde para trabajar abajo apretando tornillos, cambiando aceites, soldando las piezas que conectaban con los paneles solares. No era raro que alguien muriera: ya fuera porque alguna cuerda se rompía y se caía al vacío o porque alguna de las turbinas de pronto se encendía y succionaba a uno de los obreros que trataban de repararla. Y sin embargo, sobrevivíamos. La CTM VII se mantenía a flote.

Más de una vez nos sacó un susto. Apenas la semana pasada se fue la luz cuando estabábamos en la cocina, haciendo juntas de cenar. El foco de la cocina parpadeó, el procesador de alimentos dejó de sonar y la música paró. De pronto, todo se estremeció. Como uno de esos aviones antiguos cuando entraba en una corriente de turbulencia. La agarré de la mano y salimos corriendo del departamento. Como si estar en la calle nos hiciera inmunes a algún derrumbe.

Los generadores de emergencia se activaron a tiempo y salvaron los edificios. La sacudida nos tiró al piso, pero las turbinas empujaron hacia arriba y mantuvieron la colonia a flote, a los 3,500 metros de altura que le fueron asignados, una isla en el aire conectada al resto de nuestra ciudad voladora mediante puentes y piezas modulares. Nuestro hogar.

Ahora ya no tengo casa, ni colonia, ni a ti. Puta suerte que me hizo quedarme acá, cuando debí caerme contigo. Desde lejos solo escuché el rechinido del metal que anticipaba la desgracia. Solté las provisiones que había salido a comprar y corrí, corrí con la fuerza inútil de mis piernas de vieja para intentar alcanzarte. 

Cuando estaba llegando al borde solo vi las puntas de los edificios sumergirse en el abismo. Alguien me detuvo de caer yo misma, gritando tu nombre hasta que perdí el sentido. Es mi hija, es mi hija. Claudia, mi amor, mi vida, mi niña.

A los pocos segundos del derrumbe nos llegó el sonido de la explosión. Desde el borde solo veíamos las nubes, muy debajo de nosotros en esta mañana fría, y por un instante, un destello anaranjado. La CTM VII convertida en un meteorito involuntario, 500 mil toneladas de acero, concreto y vidas humanas desplomadas hacia la tierra que alguna vez fue nuestra con la fuerza de una bomba. 

Entonces supimos que vendrían. Como han venido antes, como nos han diezmado antes. Los De Abajo. Los dueños del Suelo, de la Tierra Cultivable y de las Ciudades Terrestres. Los privilegiados. Ellos de sus amplias ciudades donde cada metro cuadrado es de valor incalculable, tanto por la sangre que costó como por su precio en efectivo. Los que nos obligaron a vivir Arriba hace décadas, cuando todas las guerras entraron en tregua si rendíamos la Tierra y nos exiliábamos a Las Alturas. Dueños de poco más que nuestro aire. Nuestras vidas suspendidas en la nada.

Pero siempre fue una mentira. Con la guerra siempre hemos vivido. La que viene a ponernos armas en la frente cada que alguna de nuestras casas se cae hacia el Suelo, normalmente una de las más pobres. A la que se le acaba la electricidad, a la que le fallan los motores, la que de pronto no puede seguir volando y se cae al Suelo, a su Suelo. Cuando tenemos suerte solo cae y daña sus cultivos. Cuando no, cae sobre alguna de sus ciudades y mata a todos a los que le cayó encima.

Por eso queríamos salvar a la CTM VII. Queríamos evitar lo que supondría su derrumbe. Pero ya es tarde. Los radares no mienten. Son cientos, al menos 300 naves. Sé lo que traen consigo: es la muerte. Y ya están llegando. 

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