¿Lo estás sintiendo de nuevo?



Ver las hojas de los árboles caer en otoño para dar paso a ramas vacías me dio la revelación, trillada pero no por eso menos cierta, de que todas las cosas tienen un inicio y un final. Eso es lo que pasa cuando uno vive en un lugar donde las estaciones del año son tan marcadas. La llegada de la primavera en marzo me hizo pensar en renacimientos, en florecer de nuevo tras un duelo, en intentar las cosas una vez más ahora que el sol salía y embellecía el mundo a mi alrededor. El verano de días largos me hizo pintarme el pelo de morado, disfrutar los días que terminaban a las 9 de la noche y emanar sudor agradecido tras los meses crudos del invierno, que parecían en perspectiva algo anacrónico, porque cómo puede ser que el mismo pueblo pueda albergar 30 grados centígrados pero también 30 grados centígrados bajo cero. 

Pero ahora el frío viene de nuevo, los árboles parecen como muertos y todo lo que era verde ahora es café o gris. Porque todo termina. Y así, cuando menos me lo espere, estaré haciendo maletas de nuevo porque ya se terminó también la maestría. Antes de eso todavía me espera otra primavera, y a fines de mayo estaré, espero, listo para migrar a la siguiente ciudad que me aguarde el futuro. 

Mientras tanto, la incertidumbre. Esa que llega cuando más cómodo estoy, cuando más tiliches tengo (de nuevo), cuando ya hice un grupo de amigos que ahora cuando los veo no puedo dejar de pensar en los pocos meses que nos quedan por compartir. En que otra vez empezaré de cero, o no, dependiendo de a dónde vaya. Porque muchas cosas podrían pasar. El final de la maestría podría llevarme de Missouri a literalmente cualquier ciudad donde mis aplicaciones como interno den frutos y me contraten para trabajar por lo que espero pueda ser al menos un año más. Pero también podría volver a México y vivir de nuevo en CDMX, o en Jalisco, o no sé. De nuevo me encuentro con ideas de planes, pero ninguno materializado aún. A la espera.

Mientras espero contemplo los árboles desnudos, paseo en bici, desempolvo las chamarras gruesas, intento terminar el semestre con buenas notas, propongo una tesis, planeo visitas a México para ver a la familia y amigos. Peso cinco kilos más, tengo más barba que antes, le agarré el gusto al gimnasio, tengo sueños en inglés de los que solo soy consciente en la mañana al despertar. Estoy bien, podría decir. 

Hay cosas que pesan, y seguramente seguirán haciéndolo. El duelo por mi mamá, ya a un año de su partida. El noviazgo que al final no pudo resistir la distancia. Enfermedades de mi papá y familiares. Mi hermana en México sobreponiéndose a covid y depresión. La vida en un hilo, siempre. 

Conseguí permiso de manejo, y espero pronto tener licencia completa de conducir. Pero el otro día, mientras manejaba por las calles de Columbia en el coche rentado de mi amiga, viendo el otoño desvanecerse mientras el intento de los primeros copos de nieve de la temporada intentaban empañar el parabrisas, me llegó la primera punzada mental. Un pensamiento, breve pero calador, una especie de voz que si hablara truduciría lo que sentí como una pregunta: "¿Lo estás sintiendo de nuevo?" Pregunta que ahora aparece en mi mente de forma aleatoria mientras hago tarea, tomo alguna clase, veo la tele con Amira o salgo a cenar con mis amigos.

Y la verdad es que sí, que otra vez lo estoy sintiendo. Es el sentimiento de certeza de que pronto se terminará. Pero pienso vivir cada minuto que tenga hasta entonces.

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